miércoles, 7 de marzo de 2007

Fútbol, mitos e historia en La iluminada circunferencia de Jorge Velásquez.


“Un islote somos
Un chalupón forastero en lo invisible.”

Jorge Velásquez Ruiz (Castro, 1972) se encontró con el bichito de la poesía al llegar al Liceo Politécnico de Castro en marzo de 1986. Dejó la isla de Quenac para seguir sus estudios de enseñanza media y fue uno de los primeros participantes en el taller literario que acababa de fundarse en ese colegio, el que, como informa en la solapa de su libro, muy pronto se transformó en la última promoción del Taller Literario Aumen.
Desde la misma portada, el lector intuye los motivos que servirán de columna vertebral al libro. Si bien el título, La iluminada circunferencia, podría conducir a equivocaciones, la pintura de la cubierta aclara inmediatamente que no se trata de la luna, ni del sol, ni de ninguna otra estrella lejana sino, ni más ni menos, que de una isla, un archipiélago y/o una cancha de fútbol. La vida isleña junto a una serie de historias futboleras constituirán el hilo conductor de este libro que en su secuencia de imágenes y poemas nos paseará por varios momentos significativos de la historia de la isla y de la vida de sus habitantes.
El poemario, dividido en cuatro secciones (“Primer tiempo,” “Segundo tiempo,” “Tercer tiempo y “Último tiempo”), intenta estructurarse de acuerdo a los parámetros de un partido de fútbol. Sin embargo, ese intento no resulta completamente exitoso. Pienso, por ejemplo, que habría sido más acertado titular “Tiempos complementarios” a la tercera y cuarta secciones para no abandonar la idea inicial.
Sin apartarme del aspecto estructural, la división del libro en cuatro tiempos me parece un tanto forzada puesto que si la secuencia de los poemas de cada sección aludiera a un determinado tiempo histórico, los dos poemas iniciales deberían constituir por sí mismos una suerte de sección introductoria (“Tiempo de encuentro” o “Tiempo de desencuentros” si se quiere) debido a que en un conjunto cuyo hilo conductor está formado por hechos, anécdotas o experiencias ocurridas en el siglo XX, el poema “Primeras jugadas” (7) refiere al encuentro de los conquistadores españoles con los pueblos indígenas (s. XVI); mientras que “Torneo en Mocopulli,” que en el manuscrito se titulaba “Mocopulli 1826,” alude precisamente a esa fecha, cuando el ejército chileno lucha por anexar a su territorio el ‘último reducto español.’
En La iluminada circunferencia, Jorge Velásquez nos pasea por los torneos futbolísticos del mundo isleño y rural de Chiloé, y a través de la experiencia de esos partidos, las vivencias de sus protagonistas y los viajes en lancha para jugarlos, nos ofrece una amplia pintura de los sueños, las glorias y las siempre dolorosas derrotas de esos jóvenes campesinos para quienes el domingo es el único día en que se puede tocar el cielo. Pero, como el poeta ha dejado en claro desde los primeros versos, el libro también navegará por las a veces tormentosas aguas de la historia regional y nacional.
En sus versos abundan los toponímicos que dan a esta poesía un marcado carácter regional y la sitúan en un preciso lugar del mundo, el Archipiélago de Chiloé (islas Meulín, Teuquelín, Quenac, Llingua, Caguach). El mismo rol cumplen los personajes cuyos nombres muy probablemente pertenecen a seres reales, conocidos por el poeta, habitantes de esas mismas islas: Lelo Vargas, que antes de la llegada de las salmoneras iba a la esquila; el finao Pedro Hueicha y su guitarra; Blanca Leviñanco y David Peranchiguay; así como otros nombrados sólo por sus apodos, como Cocherrayo, Vaina, Chati, Picaleña o Cocheclavo.
Las pichangas de niños igual que los torneos de los grandes ocurren en un medio geográfico y cultural que Velásquez va retratando con pluma certera. Verso a verso vamos encontrándonos con elementos religiosos, “hubo aquí un rehue y luego una capilla” (p.7); marítimos, “en nuestra chalupa iba la esperanza junto al timón” (12); míticos y legendarios, “la recta provincia” (18), “el buque de arte” (20), “pero habremos de jugar contra el brujo del arquero” (14); aves y plantas, “bailan en el cielo las bandurrias” (15), “esa cancha llena de espinillo” (8); faenas campesinas, “entonces la maniobra es enganchar las yuntas” (15); y con menciones que recuerdan la importantísima conexión de los campesinos del archipiélago con la Patagonia Argentina, “la pelota venida de Comodoro Rivadavia” (24), “Vivar podía sacar un truco bajo la luna” (25), etc.
La pluma del poeta con mano de truquero juega algunas de sus mejores cartas en “Torneo 73” (28) y Torneo 78” (29), años en que la vida chilota se cubre de nuevos miedos que no tienen nada que ver con la naturaleza a veces agreste ni con los poderes de la brujería. En el primero, leemos: “Tadeo Velásquez, central del Tricolor/ Y Amadeo Millán Manquilepi, del San Luis de Lin Lin/ Jugaron su propio partido en Achao/ Los cruzaron en la cancha más oscura y sin faroles/ Podían intuirse hasta los descuentos.” En esos primeros versos, el poeta nos adelanta que el partido aquel no fue un partido cualquiera. El verso “Los cruzaron en la cancha más oscura y sin faroles” es una especie de anticlímax que nos previene de la tragedia que pintarán los versos siguientes: “Habían metido un gol dicen, afuera del partido/ Aunque nunca en su bendita inocencia gritaron por la UP [ … ] Estuvieron me cuentan frente a un arco vacío/ esperando una o dos tarjetas/ más rojas que el horizonte.” Por otro lado, en “Torneo 78” leemos: “Los aviones pasaban a ras de cancha/ Usaban el color de las camisetas de nuestros enemigos/ En la única TV jugaban Argentina y Holanda/ Afuera disputaban Meulín con Tocoihue a penales [ … ] Los aviones pasaban por la línea/ que hizo Dios al amanecer...”
Uno de los grandes aciertos de este libro es el de reunir en sus poemas historias y anécdotas de los torneos de fútbol de las islas de Chiloé, con pasajes de la vida diaria de los isleños y del acontecer histórico del archipiélago y del país. El triunfo o la derrota del domingo o el recuerdo de las pichangas que jugaba de niño, pintados con una variedad de tonos entre los que no escasea el de la nostalgia, le permiten al poeta llevar al lector a otras experiencias y tiempos como la Batalla de Mocopulli en 1826; el golpe de estado de 1973; el conato de guerra con Argentina y el mundial de fútbol en ese mismo país en 1978; las faenas de la esquila en la Patagonia a donde los padres acostumbraban a llevar a sus hijos adolescentes para que se convirtieran en adultos,
Un buen primer libro aunque no consigue mantener el mismo nivel de comienzo a fin. Pienso que para una segunda edición, sería necesario repensar si es necesaria la inclusión de los textos en prosa “Crónica de una cornada” y “Un condenado a respirar más allá de las paredes”, puesto que desde un punto de vista puramente estético no me parece que signifiquen un aporte al conjunto.
Concluyendo, La iluminada circunferencia de Jorge Velásquez es un libro en el que no escasean los poemas lúcidos y bellos que adentrarán a los lectores en un trozo de realidad que para unos tal vez sea conocida sólo de oídas, y para la mayoría, una realidad ignorada por completo.


Carlos Trujillo
Villanova University

Tradición y modernidad en Los palafitos… del paisaje de Mario García Álvarez


El breve poemario Los Palafitos… del paisaje del autor chileno Mario García Álvarez es una caja de sorpresas, una especie de caja china que al abrirse nos ofrece otra no menos bella y perfecta en su interior. La portada azul marina con trazos negros y borde color verde agua, es sólo el inicio de las sorpresas. La portada (pintura de Alejandro Barrientos) presenta un fondo color mar; de un mar oscurecido por un cielo completamente cubierto. La opacidad de los tonos, más las huellas de humedad y descascaramiento dan una idea de las señeras marcas que ha dejado en ese espacio el paso del tiempo. En mitad de la portada se observan unos trazos más oscuros, como de noche o tiempo o humedad (o todo eso junto) que esbozan apenas la figura de un palafito. Unos cuantos trazos negros, traspasados por la oscuridad, por el mar, por la lluvia y el frío, imaginamos. Aunque la figura central de ese palafito apenas reconocible también evoca la imagen de una ventana apenas visible, a través de la cual se filtra un débil atisbo de luz, pese a la oscuridad que impide ver con exactitud lo que hay allí.

En la contraportada del libro, es decir de la pintura dual que le sirve de cubierta, predominan tonos grises y verdeoscuros, sombríos y fríos, como las noches de invierno del archipiélago sureño. En la parte inferior se ve la figura de un canoero, un indio nativo de las islas chiloenses, remando solo, en otro tiempo; enfrentándose a ese mar con todo el cuerpo, parado con firmeza frente al viento, al frío, a la historia (o al frío de la historia); acercándose a una costa apenas señalada por una línea azul que cruza de lado a lado la parte superior. La pintura dual nos adelanta un título dual.
En la cubierta se lee Los Palafitos… de Mario García Alvarez, título de gran sencillez, formado por un artículo y un sustantivo, que nos remite directamente a la peculiar imagen de esas casas de madera, cuyas largas patas flacas, completamente visibles en las mareas bajas, son cubiertas casi por completo por el mar en las mareas altas, lo que les da esa pintoresca imagen de casas flotantes, de lanchones cuadrados humeantes e inmóviles, recubiertos de tejuelas de ciprés, de alerce o de la más moderna y sonora plancha de zinc. Pero ese no es todo el título, puesto que recién en la parte inferior de la contraportada se completa el: Los palafitos... del paisaje. Es recién aquí cuando descubrimos que el título no apunta simple y llanamente a unos palafitos que el lector entenderá como referencia a esas construcciones del borde marino chilote que abundan en postales, calendarios y revistas de promoción turística. La segunda parte de la frase (...Del paisaje) obliga a inquirir el porqué de tal puntualización. ¿Querrá apuntar a los palafitos como una imagen icónica del sur, al servicio de los intereses del turismo? ¿A los éstos como parte de un paisaje exterior (físico/geográfico/publicitario)? ¿A un paisaje interior (el de la identidad isleña, su espíritu, su cultura; la conexión del ser humano con el lugar que habita y ayuda a formar)? ¿O apunta a todo eso y algo más? Lo cierto es que desde la portada/ contraportada el autor nos ha enganchado con su anzuelo de pescador avezado, puesto que para cualquier lector es evidente que ese título binario no es producto de una simple casualidad.
Para adentrarnos en el referente del libro cito las palabras iniciales del excelente e iluminador prólogo de Sergio Mansilla Torres: “¿Qué son los famosos palafitos de Castro, Chiloé? Por una parte, material predilecto de postales, vitrina de lo "típicamente chilote" para deleite de turistas y, acaso, para las luminosas páginas del National Geographic: puro "simulacro" de realidad, resultado de la deliberada manipulación del paisaje de las cosas para convertirlo en mercancía de consumo cultural destinada a satisfacer la necesidad de exotismo de una modernidad (sobre)saturada de sí misma. Por otra, un sitio de marginalidad: orilleros de la tierra y del mar son sus moradores; pescadores u obreros pobres la mayoría, viviendo en casas de madera desvencijadas que carecen de servicios higiénicos conectados al sistema de alcantarillado, sin espacios para la recreación de los niños. Lo cierto es que los palafitos vienen a ser la implacable metonimia de lo que se ha solido llamar la "cultura de bordemar" de Chiloé.[1]” (3-4)
Apunta bien Mansilla, gran conocedor del mundo sureño chileno/chilote --poeta y chilote, él mismo-- cuando pregunta: “Qué son los famosos palafitos de Castro, Chiloé?” Y su respuesta, que indica precisamente la dualidad del tema, no podría haber sido más acertada. Por un lado, los palafitos son material predilecto de postales, vitrina de lo que es "típicamente chilote" según el ojo del turista, "puro simulacro de realidad." A estas alturas (primeras líneas) del prólogo, queda claro que los palafitos no son una sola cosa ni pueden ser definidos en dos palabras porque no es lo mismo el ojo de quien vive, suda y sufre en ellos que el de aquél que los ve a través de los espectaculares colores conseguidos por una cámara digital mientras se sueña (frente al televisor) visitando esa isla maravillosa que se le ofrece. Con medida rabia dice Mansilla: “Deliberada manipulación del paisaje de las cosas para convertirlo en mercancía de consumo cultural destinada a satisfacer la necesidad de exotismo de una modernidad (sobre)saturada de sí misma.” Así las cosas, el campo visual que nos ofrecen estos palafitos de Mario García Álvarez es mucho mayor que aquel que imaginamos al leer en la portada la primera parte del título nombrada por un artículo y un sustantivo.
Los palafitos tienen otra cara --la principal y, paradójicamente, la que no se ve--, la que no ven más que esos marginales de la tierra y del mar cuyo hábitat marginal, que es centro de su vida y su quehacer, también se vuelve centro (mentiroso y ficticio) en los grandes carteles de turismo o en las fotografías multicolores de revistas internacionales interesadas sólo en lo pintoresco de esas construcciones bordemarinas. La gente que las habita y las construye no importa nada, puesto que nada hay de exotismo en ellos ni en sus vidas, y según sabemos, eso no es buena publicidad para el turismo ni para el sistema del libremercado.


Intrahistoria del libro

Aprovechando una visita del poeta a Estados Unidos en diciembre del año 2000 --de paso, tras seis semanas disfrutando de una pasantía para docentes en España otorgada por el gobierno chileno-- tuve la oportunidad de hablar con el poeta sobre la flamante nueva publicación que traía bajo el brazo: Los Palafitos… Del Paisaje. La parte que transcribimos a continuación es aquella en que García se refiere al proceso de escritura del libro, así como a la contingencia en la cual se escribió y a la prolongada tardanza de su publicación.
CT: ¿Cuándo comenzaste a escribir Los Palafitos?
MG: Los palafitos tiene que ver fundamentalmente con mi salida de Chiloé. Estoy hablando del 83, es decir hace 17 años o tal vez un poco más. Ya estaba trabajando la idea desde el año 82[2]. Tenía muy pocos poemas porque fundamentalmente tenía una visión muy estrecha de Chiloé. Lo que impulsa y desarrolla una idea más completa y le da cuerpo al libro es mi salida de la isla, cuando empiezo a ver la isla desde afuera, desde Santiago, cuando me voy a La Ciudad del Niño[3], y posteriormente a La Serena.
CT: Me dices que comenzaste a escribir este libro en 1982 por lo que imagino que la idea tal vez habrá surgido un tiempo antes. Entonces mi pregunta es ¿por qué antes que publicaste dos libros antes que Los Palafitos… que fue tu primer poemario concebido como tal? ¿Por qué postergaste su publicación?
MG: Eso fue por problemas económicos. Este texto debió haberse publicado mucho antes, cuando ganó el Concurso Regional de Poesía de la IV Región[4] en el año 85, un concurso que organizó la Sociedad de Escritores de Chile, Filial Coquimbo. Ellos cumplieron solamente con la mitad del premio, que eran treinta mil pesos, pero nunca cumplieron con la parte más importante que era la publicación del libro ganador. Mis otros libros ganaron un concurso que organizó la Sociedad de Escritores de Chile con dinero aportado por Noruega para apoyar la publicación de escritores inéditos. Con el dinero de ese premio publiqué esos dos libros y no Los palafitos porque en ese instante pensaba que ese libro ya no me satisfacía, o que quizás no era su momento. Recién ahora tuvo su momento este libro que paradójicamente motivó la escritura de los otros dos[5].
CT: Imagino que los 18 años en que el libro se fue haciendo no pasaron en vano. ¿Qué cambios sufrió el texto desde sus orígenes hasta el momento de llevarlo a la imprenta?
MG: Creo que no ha sufrido grandes cambios, pero me parece que los lectores del libro lo han visto y valorado de una manera distinta. El libro se mantiene en un ochenta por ciento en lo que fue su versión original y traté de no meterle más mano fundamentalmente para no perder la esencia del mismo. Incorporé varios poemas que vienen a darle más cuerpo al texto en general y cubren ciertas zonas de ese paisaje que no estaban totalmente elaboradas, es decir, completan ese paisaje. Había algunas cuestiones que no estaban bien desarrolladas, faltaba un poco lo que es la vida, el tiempo tanto cronológico como climático. Eso fue lo que agregué.
CT: ¿Por qué la idea de Los palafitos?
MG: Se llama Los palafitos… del paisaje por varias razones. La idea surge en mí cuando en tiempos de la dictadura militar, el alcalde designado se empeña en hacer desaparecer los palafitos de toda la orilla de Castro. Él eliminó por lo menos un tercio de ellos. Ése es el hecho concreto que me hace reflexionar, que me hace entender además que los palafitos son una forma de vida, una forma objetiva, concreta, que representa la vida de Chiloé. Como tú sabes, he viajado, me he criado bastante en el mar, en los canales de Chiloé y para mí esa forma de vida (sin haber vivido necesariamente en un palafito) me parece muy completa y además única.
CT: Hablando de las vueltas de la fortuna. ¿Te parece mejor haberlo publicado ahora o crees que hubiera sido mejor publicarlo quince años antes?
MG: Por algunas razones me habría importado publicarlo mucho antes, cuando efectivamente el libro era importante. Tú me preguntarás por qué y la respuesta es, porque muchos lectores y poetas, ahora pueden decir que yo estoy repitiendo algo que ya está hecho, como es hablar de este lugar, de las particularidades de esta zona. En ese tiempo no había nada, exceptuando el trabajo de Sergio Mansilla, referido exclusivamente a Chiloé. No había nada así. Lo que sí existía --y yo lo desarrollé en mi Tesis de Seminario de Título[6]-- es que Chiloé estaba presente en los textos de todos los poetas de la zona, pero por una cuestión obvia de experiencia vital, por los referentes humanos de donde uno es, pero no había un trabajo cuya poética, cuya escritura, haya estado intencionadamente pensada a partir de un tema específico de Chiloé y de la identidad del mundo chilote. En tal sentido, el texto habría tenido una valoración distinta si se hubiera publicado en ese tiempo. Ahora en cambio, me parece que el libro puede ser fácil y equivocadamente considerado como algo que se agrega a lo ya existente, en relación, por ejemplo, a Karra Maw'n de Clemente Riedemann, a De Indias de Nelson Torres (es interesante que cuando Toño estaba escribiendo De Indias yo estaba escribiendo Los Palafitos), y a otro montón de textos que hay por ahí; incluso La Heredad del Pasto y el Agua de José Teiguel, y muchos otros libros de escritores mapuches que en ese tiempo no existían o simplemente no se conocían. Es decir, lo que Iván Carrasco llama 'la poesía etnocultural.'
CT: ¿A tu parecer, es Los palafitos... del paisaje tu libro más logrado?
MG: A mí, mis tres libros me parecen libros logrados. Los palafitos es un libro que me deja satisfecho, pero también me dejan satisfecho Poemas In-Púbicos y (Des)pliegues de papel y follaje. Tal vez dentro de este último libro encuentre yo mayores cosas que me identifican y que he seguido desarrollando. Asimismo, Los palafitos me sigue potenciando otras cosas, por ejemplo, un libro sobre Pedro María Ñancúpel[7] del que ya tengo más o menos clara la idea de lo que quiero hacer. Yo creo que siempre voy a mantener estas tres líneas: la poesía amorosa-erótica-irónica como los Poemas In-Púbicos; la poesía social-histórica como Los Palafitos y el libro que estoy escribiendo sobre Ñancúpel; y la poesía que reflexiona sobre el oficio existencial-poético como (Des)pliegues de papel y follaje y otro que se va haciendo de a poco y que tiene el título tentativo de Pura poesía.
Volviendo a mis títulos anteriores, me parece que los Poemas In-Púbicos es un libro que la gente ha leído muy mal. Ese libro es mucho más que un juego de palabras, es un libro tremendamente intencionado, absolutamente estructurado, un libro filosóficamente armado. Bueno, ahí dejo hartos lectores afuera porque la sección "Alta Filosofía" no se puede entender completamente si no se tiene cierto conocimiento de filosofía. Parece un juego pero requiere de una cierta profundidad de lectura. En Los (des)pliegues… también hay una suerte de juego filosófico (no olvides que mi formación es filosófica también). Y Los palafitos también me deja conforme. Éste es un libro con el cual tuve muchas frustraciones por no poder publicarlo, eso de andar siempre con un libro atragantado, viendo publicados otros libros que no tenían ningún valor. Estuve a punto de quemarlo. Toda esa rabia está dentro de los (Des)pliegues de papel y follaje, cuyo título fue "Canto del poeta inédito" hasta poco antes de su publicación.
En Los palafitos hay un elemento estructural que no he visto en otros libros, una cuestión que puede ser accesoria pero que tiene todo un sentido. Cada sección de la unidad tiene títulos que se convierten en los versos del poema final que es el índice. El poema final se llama "Como un índice" y está construido con los títulos de cada sección. Además cada sección en sí misma tiene un sentido. Dentro de Los palafitos hay una travesía que es mi travesía personal. Yo hablo de los palafitos en el norte, en el sur, en el centro y eso tiene que ver con mi viaje y ahí en medio de todo está metido el asunto político del Chile de ese tiempo.


Sembraremos nuestras casas en el mar


El poemario está conformado por cinco secciones de extensión desigual, precedidos por un poema sin título que sirve de introducción al volumen y al tema. Es precisamente éste el poema que vamos a comentar en las siguientes páginas:


Sembraremos nuestras casas en el mar
Que es tierra fértil y líquida.
Aquí habrán de crecer nuestras raíces
Juntaránse con las manos de los muertos
Que siguen arrastrados por las tormentas
De viento y humo que les amanecieron,
Serán estos muertos los eternos habitantes
De las paredes iluminados por las velas,
Serán estos los náufragos intangibles, invisiblemente
Manchados de sal blanca como la esperanza;
Serán estos cuerpos de madera,
Estos pilotes mojados
enterrados en la orilla de la historia
los únicos puentes
que soportarán las otras lluvias
y el peso
y la llegada de las muchedumbres solitarias
que sólo podrán ver nuestras máscaras agitándose
en los ojos negros del viento
en medio de un sol
lleno de algas… (p.11)

El poeta comienza afirmando la identidad isleña bordemarina de su pueblo, que también debe verse como afirmación de la validez, la importancia y el respeto que merecen todas las culturas marginales. Por lo mismo este poema y todo el libro que precede no debe entenderse sólo como un poema de temática e interés regional sino como un poema en el que se conjugan algunos de los temas y formas más actuales de la poesía. Para el poeta, así como para el pueblo del cual es voz, el mar es su campo, su hábitat natural, su "tierra fértil", plena de vida. La imagen de la Tierra Madre se transforma en la del Mar Madre.
Primera parte:
El poema que aquí comentamos es el que nos introduce al volumen Los palafitos… del paisaje de Mario García Álvarez. Su localización en el conjunto, precediendo a la primera sección del poemario, más el uso de una tipografía diferente al resto del libro, señala claramente su función de poema introductorio, separado del cuerpo principal, como en sus márgenes, aunque no ajeno a éste. [Probablemente este poema haya sido escrito una vez que todo el resto ya estaba completo, puesto que es una introducción que aparte de presentarnos el tema es también conclusión, en alguna medida].
Desde el título intuimos que estos "palafitos del paisaje" no son un libro de poesía paisajista, ni folclórica, ni tradicional. Intuimos que el poemario no será un canto idealizador de una cultura que parece exótica a los ojos ajenos, ni tampoco una alabanza del pintoresquismo de esas cosntrucciones bordemarinas que le sirven de referente. Asimismo, el tono del poema introductorio nos suena a proclama, a grito dolorido, a manifiesto de una identidad que no se quiere perder; a esfuerzo honesto para recuperar los valores culturales de una forma de vida que empieza a diluirse entre tanta carátula colorida; en fin, a defensa de un espacio que quizás no sea el mejor, pero que es el propio y se asume como tal. En síntesis, este poema es un grito contra el atropello y el avasallamiento impulsado por otras culturas económicamente más fuertes. No olvidemos las señales que lanza el autor desde la misma cubierta del volumen en la que el palafito apenas trazado, igual que la figura del indio canoero de la contraportada, es sombra apena, sombra perdida en medio de la oscuridad (noche, lluvia, tempestad, dolores de la historia), diluida si no desaparecida completamente o en rápido proceso de extinción.
Por lo mismo (o a causa de eso) este poema o proclama no está escrito en presente (que sería un presente perecedero y bastante improbable) sino en un esperanzador futuro (que como tal no podemos ver ni comprobar, pero sí imaginar, esperar que se haga realidad, aunque la pura esperanza sea su base de sustentación): "Sembraremos nuestras casas en el mar…/ Aquí habrán de crecer nuestras raíces…"
Nótese la fuerza de los enunciados en lo que entendemos como el primer apartado del poema (v.1-3). Esa fuerza no reside sólo en los verbos elegidos (sembrar, crecer) sino en el sentido total de la frase poética (en verdad, dos frases). El poeta le tuerce la mano al mundo real que ha tomado de referente. Con mano y poder de creador de mundos hace de los palafitos un producto de la naturaleza. Ya no se construirán palafitos que deterioren y destruyan las inclemencias climáticas sino que estos palafitos "serán sembrados" y como tal siembra se reproducirán una y otra vez llenando de vida y de espacio pleno para la vida toda la costa ribereña.
Reitero que el poeta se presenta con rasgos de creador de mundos (transformador del mundo o proclamador de un micromundo diferente) porque, entre otras cosas, no nos habla de las raíces de las que procedemos, de las que somos producto, sino de esas raíces que en el futuro luminoso que se proclama "aquí habrán de crecer", aquí habrán de afirmarse para bien del propio futuro y también del pasado que encontrará cobijo y respeto allí, tras largas temporadas "arrastrados por las tormentas".
Los versos 3 a 6 funcionan como nexo entre el primero y el último apartados, que funcionan como introducción y conclusión del poema, respectivamente. Desde el verso 3 ("Aquí habrán de crecer nuestras raíces"), el poeta reafirma la íntima conexión de su gente con el hábitat bordemarino al que alude. Este "aquí", valga la simpleza de mi explicación, se señala y afirma como "lo nuestro, lo propio y auténtico" frente al "allá" que representa "lo otro, lo ajeno, lo impuesto, lo inauténtico." Aquí crecerá y se desarrollará lo nuestro porque aquí está viva (aunque oculta a medias) la memoria de nuestros antepasados. Por eso, aunque las raíces, nuestras raíces, están y han estado aquí por siglos, pareciera que no hay nada de qué partir y fuera necesario crear esas raíces, con poderes de mago. Pero el poema muy pronto precisa que no es así, sino que esas raíces (que quiero entender como la savia de las nuevas generaciones) se fortalecerán al juntarse con "las manos de los muertos/ que siguen arrastrados por las tormentas…", o dicho en simple prosa, las identidad de las nuevas generaciones se hará una sola, grande y fuerte, en el conocimiento y el respeto de la formas culturales, la fe y las creencias de quienes los precedieron.
El tercer y más extenso apartado es el final, que comienza en el séptimo verso ("Serán estos muertos los eternos habitantes") y que está marcado estructuralmente por la reiteración de la forma verbal "serán" (aliteración en versos 9 y 11) que constituirá la base de la formulación final. La forma verbal "serán," como veremos más abajo, servirá de verdadero y sólido soporte para la afirmación con la que concluye este poema introductorio:


Serán estos muertos los eternos habitantes
de las paredes iluminados por las velas…

La memoria de los antepasados, aunque negada, atropellada u olvidada, es eterna; es un valor de presencia permanente en las nuevas generaciones; es (o debiera ser) memoria viva y lección permanente.
Debe notarse que la mención a "las velas" no es casual, pues estas velas apuntan a dos características de la vida campesina-ribereña del Chiloé tradicional: por un lado, las velas que ofrecen su luz débil en las casas pobres; por otro, las velas votivas, que se encienden para honrar el recuerdo de esos "eternos habitantes" presentes en los hogares chilote-cristianos igual que las imágenes de Jesús y la Virgen, que adornan las paredes. Los antepasados muertos, nos recuerda el poema, nunca dejan de rondar los espacios que una vez fueron suyos, según la tradición isleña.

Serán estos los náufragos intangibles, invisiblemente
manchados de sal blanca como la esperanza;

La conexión vida-mar se traza una vez más en estos versos. Estos muertos, eternos habitantes de nuestras paredes serán (también) los náufragos intangibles, manchados de sal blanca como la esperanza. Náufragos intangibles. Sin embargo, su naufragio no es pesadumbre ni tragedia ni olvido ni muerte sino esperanza llena de blancura, faro en medio de la tormenta, luz rompiendo en medio del cielo encapotado de la historia presente.

Serán estos cuerpos de madera,
estos pilotes mojados

La conexión vida-mar completa el círculo de estos poemas del libro del poeta chileno: "Serán estos muertos…(y/o) los náufragos…(y/o) estos cuerpos de madera…", es decir, estos muertos de mar y tierra, o dicho de otro modo, la perpetuación de la memoria y los valores culturales de ese pueblo bordemarino marginal (porque otros han venido a marginarlos en su propio terreno) serán "los únicos puentes/ que soportarán" esas otras lluvias que con diversos nombres, disfraces, propósitos y fachas habrán de llegar a ese territorio donde se juntan la tierra y el mar y que nunca verán el verdadero rostro de ese mundo ni de sus habitantes sino sólo "máscaras agitándose/ en los ojos negros del viento/ en medio de un sol/ lleno de algas…"


Carlos Trujillo
Villanova University


[1] Sergio Mansilla Torres, "Los Palafitos… Del paisaje. Escritura en el bordemar de la historia," texto que sirve de prólogo al libro que aquí comentamos.
[2] Según esta fecha, el poeta habría comenzado escribir este libro a los 18 años de edad.
[3] La Ciudad del Niño era uno de los Centros del Consejo de Defensa del Niño y fue creada por el Presidente Juan Antonio Ríos. Este proyecto era apadrinado por las embajadas extranjeras que existían en el país y consistía em casas diferenciadas en edades y sexo. Era una ciudad con calles, liceo, plaza, escuela, piscina, biblioteca, enfermería, canchas de básquetbol, baby-fútbol, cine, circuito cerrado de televisión, etc. Era una miniciudad, lo que no tenía era comercio, pero aparte de esa excepción había casi de todo. A los hogares de esta institución accedían niños de situación irregular, y además tenían un programa de becas para que los estudiantes más destacados pudieran continuar estudios superiores. Los hogares tenían el nombre de la embajada patrocinante... Luego por ahí por el 84 más o menos un invento de la dictadura llamado el SENAME (Servicio Nacional del Menor) no sólo tomó el control de esta institución, que hasta entonces había sido una organización semi-particular, y se apoderó de La Ciudad del Niño y de los otros centros. Lo último que sé es que el asunto se ha reducido a la más mínima expresión. Incluso vendieron los terrenos, el liceo y la escuela son municipales y de la tal ciudad no queda casi nada." (Me pareció importante incluir esta descripción hecha por el propio poeta de lo que fue una de las instituciones donde él estudió y de lo que pasó con ella como consecuencia de la política de autofinanciamiento impulsada por la dictadura).
[4] La IV Región, llamada también Región de Coquimbo, está formada por las provincias de Elqui, Limarí y Choapa. La capital regional es La Serena, ubicada 472 kilómetros al norte de Santiago
[5] (Des)pliegue de papel y follaje y Poemas In-Púbicos. Ambos volúmenes fueronpublicados por Ediciones Barba de Palo, en Valdivia, Chile, julio de 1995.
[6] "Aumen: Poesía contemporánea escrita en Chiloé." Tesis para optar al título de Profesor de Estado en Castellano y Filosofía, Universidad de La Serena, 1989.
[7]Famoso pirata chilote nacido durante el apogeo de las loberías y de la explotación del ciprés de las Guaitecas. Pedro María Ñancúpel Alarcón fue fusilado en Castro en 1888. La literatura oral ha llevado la fama y leyendas de este personaje por toda la zona austral de Chile. A continuación cito la primera estrofa del "Corrido de Pedro Ñancúpel": "¡Oh mi Jesús amoroso!/ ¡Oh mi Dios, Padre Divino!/ Por esta cruz en tus hombros,/ por este amargo camino./ Dadme luz y entendimiento/ a esta torpe pluma y lirio/ para relatar a ustedes/ el caso más peregrino/ del señor Pedro Ñancúpel/ que en Melinka fue cautivo." (Renato Cárdenas Álvarez, Diccionario de la Lengua y de la Cultura de Chiloé, Santiago: Olimpho, 1994, p.160)

martes, 6 de marzo de 2007

SON ELLAS, LAS HERMOSAS, LAS ILUMINADAS:[1]

Salve Dolorosa y La Santa

Hasta los seis años habité en una casa ubicada a menos de cien metros de la iglesia y la escuela de las monjas, una casa de madera --bastante pequeña y sumamente maltratada por los años-- que arrendábamos a las monjitas. Mis padres, muy creyentes y muy chilotes, me acostumbraron desde pequeño a la asistencia a misa todos los domingos, festivos y fiestas de guardar, además de la obligada compañía a novenarios y velatorios de parientes, amigos y vecinos de la familia. De manera que los primeros textos literarios que fueron archivándose en mi memoria deben haber sido las oraciones del rito católico bien rezadas y mal aprendidas porque mi oído poco aguzado en ese tiempo (y menos entendido en honduras religiosas) me hacía repetir lo que oía, y oía mal, como vendría a darme cuenta varios años más tarde.
En la introducción de Juan Francisco Zabaleta al libro de su madre, la poeta Sonia Caicheo, hay una frase que golpeó mi memoria motivándome a escribir estas líneas. Dice el prologuista: "le ruega a la madre divina en letanía de 'Salve Dolorosa', un antiguo rito cristiano que sobrevive entre las penínsulas del sur, y que llama a la Mujer-Madre a acunar el llanto que se transforma en escarcha o lluvia entre los desterrados hijos de Eva." La frase que he puesto en bastardilla remeció mi memoria llevándome al instante en que descubrí lo que esa misma frase (tantas veces repetida mecánicamente en mis oraciones) quería decir. De niño me pasé repitiendo la oración como hilo mágico/ maravilloso que me conectaba a la esfera de lo celestial sin entender, ni tratar de entender, qué es lo que decía eso de "los desterrados y josdevas." Nunca tampoco pregunté a nadie qué significaba esa palabra, josdevas, tan maravillosamente extraña, que no estaba en mis libros (mi conocimiento, digo) ni se la usaba en ningún otro contexto. Quizás haya tenido la idea de que nadie podría develar ese misterio, quizás tuviera temor a preguntar o tal vez simplemente no se me ocurrió preguntarle a nadie porque para el niño que era entonces las cosas de la religión eran así como esa palabra que sin significar nada probablemente lo significara todo.
Algunas décadas más tarde, en tarea de investigador de la cultura chilota, llegué a numerosas islas y poblados del archipiélago a la siga de las festividades religiosas tradicionales. Una vez en Caguach, en un frío agosto de Caguach, hallándome en las alturas del coro de su iglesia para tomar unas fotos y hacer unas grabaciones, volví a sentirme igual a ese niño de antaño, sobrecogido como ante una tormenta sobrenatural por la tremenda fe de ese pueblo reunido allí para cantarle y suplicarle a su Jesús Nazareno. Al suyo, reitero, es decir a la imagen --con cabello natural y vestidura de seda morada-- de Jesús Nazareno (el Santo de Caguach) que albergan en su templo, que no a otra imagen ni a Jesús mismo, según imagino. De la vivencia de esa fe primordial, ciega como toda fe, y sin necesidad de explicaciones ni lugar para la duda --ni siquiera para descubrir el significado de las palabras-- salto a comentar dos libros de poesía de reciente data, dos libros escritos por mujeres que, por cristianas y chilotas, también han compartido las vivencias de ese mundo que pinto en estas líneas.

1. Poesía como oración

Para muchos de los poetas actuales originarios de Chiloé la poesía tiene un carácter oracional. El poeta ha sido puesto en esa posición (voz personal y voz de los suyos) y su palabra es algo más que herramienta para nombrar, es un instrumento sagrado y poderoso que le fue dado para hacer el mejor uso que de él pueda, ya denunciando, suplicando, orando, cantando, rescatando o dejando testimonio, pero siempre creando, iluminando, siendo voz pública.
Mario Contreras, en una entrevista reciente, señala: "Y escribo porque me fue dada la orden, antes de nacer, supongo, y ya nacido, aquel lejano pero siempre presente aciago día en que el mundo se nos dio vueltas, se nos puso patas arriba. Antes de nacer, claro, el Gran Espíritu, como dicen que dicen los valerosos Sioux, me tenía predestinado, y yo mismo me le ofrecí al cumplir los doce años. Al parecer, él no me necesita todavía, o si me necesita no es para ser Gran Jefe o Sacerdote sino para combatir en tareas más humanas y leves."
Sergio Mansilla, en el texto inicial de El sol y los acorralados danzantes, señala: "En 1986 publiqué mi primer libro: Noche de agua, Santiago, Rumbos; pero siento que fue la primera palabra de una oración (en el sentido religioso) que no sé cuándo ni donde terminará." (p. 5)
En una entrevista que hice a Rosabetty Muñoz en 1992, al preguntarle sobre su poesía y su condición de poeta, me respondió lo que sigue: "Creo que me dio un lugar muy especial en el mundo, un lugar que no tenía antes de la poesía. Fue como encontrar la verdadera vocación, así de fundamental. Yo fui profesora por accidente, porque lo que quería era escribir literatura. Yo me considero como una poeta contenta de serlo y como que es una elección. Yo creo que hay algo de divino en esto. A uno la eligen. Yo me considero una elegida y creo que encontré justo, justo, el camino que necesitaba como para ir más cerquita de la felicidad."
En Sonia Caicheo, el título de su libro más reciente, Salve Dolorosa, nos ahorra mayores comentarios.

2. Dios Te Salve Reina y Madre…

Salve Dolorosa es un libro compuesto por 37 poemas, organizado en cuatro partes cuyos títulos son fragmentos secuenciales de la oración cristiana del mismo nombre (I. Dios Te Salve Reina y Madre, Madre de Misericordia; II. Dios Te Salve, a Ti clamamos los desterrados hijos de Eva; III. A Ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas; IV. ¡Ea!, pues Señora, Abogada Nuestra…), que da a todo el libro el carácter de una sola oración en el mismo sentido en que Mansilla se refiere a au propia poesía. El volumen se cierra no sin antes adosar un glosario de tres páginas del vocabulario típicamente chilote utilizado en el libro, bajo el título "Palabras nuestras de cada día" que vienen a ser el verdadero cierre del volumen y corolario de la oración, ampliando su sentido, puesto que dichas palabras son "El pan nuestro de cada día" para la poeta que escribe y para la gente sobre y para la cual, en primer lugar, escribe. La oración (que es ruego, súplica y cuestionamiento) se hace desde Chiloé y en el lenguaje propio de allí. Quiero creer que el glosario va dirigido solamente a los lectores (humanos) no chilotes, excluyendo, por lo tanto, a la Virgen María, que sería la destinataria final y definitiva de esta tan cristiana y humana oración Si me equivoco, y el glosario también es para la Virgen y Dios, por su intermedio, todo el volumen y el sentido del texto adquiere un tono de mucho mayor agresividad en su denuncia al presumir que la marginalidad de estos seres es tal que hasta la Virgen y Dios necesitan de esa ayuda para comprender sus dolores. La marginalidad de esta gente sería total y aquello de "los desterrados hijos de Eva" dejaría de entenderse en el nivel metafórico concretizándose con toda su violencia en el plano de la realidad.
Este poemario de Caicheo no es un libro de poesía religiosa a la manera tradicional --que no encontramos a la hablante sufriente, sumisa y aceptadora del dolor--; tampoco es puramente religiosa la anécdota de los poemas. O tal vez sí sea puramente religiosa, totalmente religiosa, y ahí esté la originalidad del libro porque lo religioso --para la autora y para los poemas-- no es sólo aquello conectado directamente a la iglesia, a los sacramentos y a los ritos, sino que lo religioso (y hasta lo místico) está presente en todo lo que existe, desde la misma idea de Dios hasta el ser más abandonado y pecador, que todo es creación Suya. Así, no es casual que en el primer poema, "Entresueño" (7), igual que en los restantes, no percibamos el tono ni la forma característicos de las oraciones canónicas, aunque poco a poco vayamos descubriendo que el libro es una ininterrumpida letanía de dolores.
No es la relación mujer-Dios ni devota-Virgen María, la que nos ofrece "Entresueño" sino la relación mujer-hombre, amada-amado o, para mayor precisión, desamada-amado-no-merecedor-del-amor. "Tiró mi nombre bajo la puerta/ Dijo agua y se lavó las manos." El amado no es Dios sino un hombre señalado por su indiferencia y hasta por la traición. Como Poncio Pilatos, "Dijo agua y se lavó las manos." Todo --es decir, la vida-- parece ocurrir entresueño; ni la presencia de Dios o los demás seres celestiales es más real; "Ángeles de guarda caminan dormidos/ debajo de la lluvia/ A punto de enfermar." (7)
El mundo que se nos pinta en los poemas no está para celebraciones, "Subió el azúcar el pan la yerbamate" (9), "Con el agua hasta el miedo/ Se levanta" (11), "Y tú y yo/ tan sin encuentros" (13), "Hemos bebido natri[2]" (15), "Este día se llama eclipse" (27), "Mañana es un frío que se cuela/ hasta azular los huesos" (43). Vemos que no es nueva ni pasajera la infausta condición de estos seres. Ellas (que son mujeres las que predominan en los textos), principalmente, son los desterrados hijos de Eva, las desterradas, las condenadas a la miseria, al dolor, a la ingratitud y al abandono. Y para la poeta no es condición nueva ésta, es una situación sin vuelta, permanente y reiterativa como la letanía. De allí el uso de los tiempos pasados, ya en situaciones puntuales ("Tiró mi nombre") ya en otras repetidas ("Hemos bebido natri"); del presente ("Este día se llama eclipse", "el miedo se levanta"); pero el dolor golpea más duramente cuando al futuro tampoco se le ve trazas de cambiar ("Mañana es un frío que se cuela/ hasta azular los huesos"). Hasta los dolores (fríos) de mañana (el futuro) llegan a sumarse a los del presente, en el presente.
Pero no se crea que la voz lírica de Salve Dolorosa se queda en el lamento o la aceptación sumisa de todos los dolores. En la sección titulada "Romanceras", de la tercera parte del volumen, esta desterrada hija de Eva levanta su voz denunciando una importante causa de sus dolores, uno que nada tiene que ver con el amado, ni el destino, ni el castigo de Dios.

Los cipresales los talan con motosierra
Y en los mares se multiplican las balsas
Nadie debe tirar sus redes. Nadie su anzuelo

Prohibido cruzar las aguas

El progreso llegó a la isla. El progreso

¿Por qué estaremos, cada día, más tristes? (73)

En una entrevista que le hice en 1992, Sonia Caicheo expresó: "[Mi poesía] intenta rescatar y recrear los seres y el entorno, toda esa nebulosa y magia que envuelve el archipiélago; intertextualizar decires, cantos, versos de la tradición, siempre con un ritmo como la lluvia en las tejuelas de alerce o el viento remeciendo cipresales, condoliéndose con la tala indiscriminada o la extinción de la fauna, o los fríos que cuelan los huesos y los sueños." Tal como afirma en la entrevista recién citada, la vemos en el poema "condoliéndose con la tala indiscriminada o la extinción de la fauna", pero no levanta la voz sólo por afán ecologista (ni mucho menos porque alguna moda lo aconseje) sino que lo hace, principalmente, como denuncia consciente a la invasión del archipiélago por los nuevos colonizadores que han llegado a arrasar con las riquezas naturales, rompiendo el equilibrio ecológico, las formas tradicionales de vida y la libertad del isleño para hacer uso de sus costas y sus mares. Es un grito de denuncia y defensa contra esas formas descaradas de agresión e intromisión que han dado en llamarse "progreso", cuya ferocidad queda tan bien retratada en los verbos antitéticos del poema (talar y multiplicar) que hacen del uno efecto del otro, es decir, que en la misma proporción que el bosque se tala (destrucción, muerte y pobreza para los isleños) se multiplican las balsas (los centros de producción de riqueza para los recién llegados invasores). El progreso es negación al ser comunitario, al hecho de servir y compartir lo que la naturaleza da ("Nadie debe tirar sus redes. Nadie su anzuelo"), prohibición a hacer uso de lo que siempre les ha sido propio, inmovilidad y marginación para el isleño ("Prohibido cruzar las aguas").
El libro aquí nos transporta a un nuevo nivel de comprensión donde la súplica o el relato de los pesares a Nuestra Madre se vuelve denuncia, poniéndola a Ella en una posición de Juez. El dolor --según el libro-- siempre ha estado allí y no es posible liberarse de él (somos los expulsados del paraíso, según el cristianismo). Eso no tiene remedio, al menos, en esta vida. Pero, a ese dolor que acarreamos por el pecado original, se ha venido a sumar este otro que el poema llama peyorativamente "el progreso."[3]
Sin embargo, el dolor humano, sean cuales fueren sus causas, no impide la existencia de la hermosura "en este valle de lágrimas". Al menos, eso es lo que afirma el poema "Siempre hermosa" (81) según el cual la belleza alcanza para todas en el entramado de mujeres tomadas de la realidad (ya generalizadas, ya con nombre y apellido), de la literatura, del corrillo o de la mitología, "La que madruga sonriendo con sus lunas de insomnio/ La otra, del poema/ La pura y casta de los cuentos/ La viuda de Santos Díaz/ La emergente del pozo y ni una marca/ La maga de Cortázar/ La Voladora. La Fiura. La Pincoya / La Rosario Gallardo," hasta la inclusión de la destinataria (es decir, la Virgen) y la mujer que profiere el discurso (la poeta), nombradas simplemente como "Tú y yo" en el verso final de la primera parte del poema,
No obstante, este poema que cierra la tercera parte del volumen no termina sin antes poner las cosas en su lugar, mencionando (ahora en prosa) todo eso a pesar de lo cual sigue manteniéndose la hermosura, y datándolo como si se tratara de un testamento o algún documento judicial:
Las compresas de hielo en nuestros sueños. Los rituales del dolor, sin aspirinas ni analgésicos, ni valium diez siquiera que aliviane estas señales, mil novecientos noventa y nueve, en las puertas del siglo venidero, Amén.
La última parte del poemario ("Ea! Pues Señora, Abogada Nuestra") viene a darle el tono definitivo a todo el conjunto no por romper con el sentido ni la propuesta de lo anterior sino porque lo amplía, lo hace más humanamente doloroso y filial, y más femeninamente contemporáneo al exigirle apasionadamente a la Virgen Madre (así como Gabriela Mistral a su Hijo en "Ruego" y "Los sonetos de la muerte") que abogue por sus hermanas caídas. En esta sección ya no aparece la madre y esposa sufriente, ni la que ha perdido al hijo, ni la maltratada en el hogar. Poemas como "Ese nombre", "Farolito azul", "La rubia Mireya" y "En el puerto" retratan a aquéllas en las cuales "hirvió la malasuerte" (85), a la de "boca roja y tacos altos" (87), a la rubia Mireya (igual que la del tango) "falda abierta hacia la lluvia/ casi tango el taconeo" (89) hacia la muerte, a Marlene que en el puerto "Gira y gira. Ríe, Aúlla/ (Niebla oeste cruza un barco)/ Valium Cinco" (91)
Entonces, cómo no va a ser acertado cerrar la última sección de poemas y el libro con el poema "Abogada Nuestra" que empieza repitiendo (como implorando) parte de la oración que da título al libro: "¡Ea pues Señora! Abogada nuestra/ Vuelve a nosotros esos tus ojos", vuelve a NOSOTROS esos tus ojos, vuélvelos a TODOS NOSOTROS pero como, según dicen, los últimos serán los primeros ¡comienza por volver tus ojos a éstas que recién te acabo de presentar!

3. La Santa / Las Santas

El último poemario de Rosabetty Muñoz, La Santa. Historia de su Elevación, nos ha llegado en un volumen bellamente impreso, con una cubierta morada en la que destacan dos reproducciones (una en blanco y negro, la otra en colores); la primera, del rostro; la segunda, una parte del vestido y la mano derecha de una 'santa' de madera policromada[4] de esas que todavía es posible ver en algunas iglesias rurales de Chiloé.
El volumen está conformado por 46 poemas breves separados en cuatro secciones, de las cuales, las tres primeras tienen una extensión bastante regular (14, 15 y 12 poemas respectivamente), mientras que la sección final cuenta sólo con 4 textos. Las secciones se denominan: "Primera Estación", "Segunda Estación", "Tercera Estación" y "Finales".
A la primera mirada, este libro con título de connotación definitivamente religiosa nos ofrece un segundo detalle que enfatiza tal carácter: el sustantivo estación[5], repetido en el título de las tres primeras secciones. Como señala RAE, en su cuarta acepción, esta palabra significa 'visita a las iglesias o los altares deteniéndose a orar delante del Santísimo Sacramento' (oración/plegaria/súplica/diálogo con el Ser Supremo), a lo que agrega 'principalmente en los días Jueves y Viernes Santo'. Así, la palabra estación no sólo hace del poemario un diálogo con Dios (más bien, una exhortación a Dios), sino que además, su conexión con los días más intensamente tristes del calendario cristiano (Delación, Enjuiciamiento, Crucifixión y Muerte de Jesucristo) nos predispone a los dolores y la angustia que encontraremos más adelante. La quinta acepción, por otra parte, 'cierto número de padrenuestros y avemarías que se rezan', ilumina el sentido penitencial del libro, evidenciado en su secuencia oracional/litúrgica (Primera, Segunda y Tercera Estación) y en la vasta descripción de los dolores y angustias de la protagonista, repitiéndose como una letanía, a través de todo el corpus.
La "Primera Estación" se abre bruscamente con un epígrafe que en nada se conecta con santas, vírgenes ni otros seres del mundo celestial. El lenguaje no es tampoco culto ni sacro. Contradiciendo las expectativas del lector, el tal epígrafe no nos remite a la Biblia ni a ninguna hagiografía sino que, por el contrario, es una cita --probablemente textual-- de una frase oída por la poeta o leída en alguna de esas crónicas rojas que abundan en los diarios para ocupar el espacio que de otro modo quedaría en blanco. Evidentemente no se trata de una frase dicha por ninguna de esas santas milagrosas y beatificadas a las que los creyentes veneran y suplican con fervor, sino por una mujer común y corriente, o nada de común y corriente, a no ser que se entienda como hecho corriente en nuestra sociedad la figura de la mujer abusada, recibiendo golpizas del esposo o conviviente como si ése fuera el pan suyo de cada día.
"La preferencia d'él era pegarme/ pa' las Pascuas y los dieciochos," reza el epígrafe. Con esta frase la poeta revela su interés de concretar las circunstancias de los hechos que sirven de tema a todo el poemario. La frase citada atribuye a la mujer que la profiere inmediata y definida nacionalidad --lo que no resta nada a la universalidad del tema y de la mujer retratada en esa frase--, al mismo tiempo que la ubica señaladamente en el grupo social de las más desposeídas.
Digo que le señala nacionalidad porque esas Pascuas y dieciochos aluden a dos de las más importantes festividades chilenas. Estas Pascuas no nos remiten a la Pascua de Resurrección o Domingo de Gloria (fecha en que culmina la Semana Santa con la alegría de la Resurrección, el comienzo de una nueva vida y el triunfo sobre la muerte) sino a la Navidad, que así es como se la nombra en Chile. El dieciocho es, claro, el dieciocho de septiembre, día de la independencia nacional, cuando las calles del país se llenan de banderas y de la alegría primaveral que comienza a llegar. Cita textual o simple fruto de la agudeza poética de Muñoz, la terrible denuncia que encierra la frase no nos golpearía con la misma intensidad si no fuera por la conexión entre el castigo sufrido y las fechas en que acostumbraba a producirse. La antítesis entre la fecha de fiesta y alegría y el castigo traumático monumentaliza el horror y el dolor de la víctima. Aquí mismo comienza a pintarse con vivos trazos la idea de santidad que irá creciendo y afirmándose en el resto del libro.
Su condición social es patente por el idiolecto utilizado en el epígrafe: "La preferencia d'él era pegarme pa' las Pascuas", y así se confirmará en los poemas que siguen, como también la pertenencia a una zona específica del país, el archipiélago de Chiloé, como queda claro en la mención del toponímico Caucahué (41) y de "las murras" (99), expresión con la que se nombra a la planta y el fruto de la zarzamora en esa zona
La poeta, como ya habremos observado, no hace ninguna complacencia a ningún tipo de romanticismo como tampoco muestra ninguna intención de idealizar el mundo que retrata. La poesía de Muñoz nos tiene acostumbrados a su opción por la verdad --por el tratamiento de temas de la realidad en sus libros más que a la pura proyección de una subjetividad frente a situaciones intuidas o imaginadas-- al desmenuzamiento de ciertas zonas de la realidad para que sobre ellas se haga la luz.
Desde "Primera Estación" se hace evidente para el lector la medida proporción que hay entre espontaneidad y elaboración en todo el poemario. Admitamos que la frase del epígrafe haya funcionado como el motor que generó la escritura de los poemas. Sin embargo, a ese chispazo instantáneo de la idea iluminando la conciencia de la poeta sigue inmediatamente el proceso de elaboración artística que en esta sección es un verdadero trabajo de joyería, a pesar de la aparente sencillez con la que nos engaña el uso de un lenguaje sencillo que, como es sabido, no está ausente de artificio ni de hondura.
La sección está constituida por 14 poemas de breve factura. El más extenso, de 14 versos (Los vi a través de las mantas, 25) y el más breve, de sólo 3 (La culpa, 27), son los poemas décimo y undécimo del libro.
Como en todo el volumen, en la primera sección hay poemas en los cuales la subjetividad del personaje (la mujer) fluye por el cauce directo de la primera persona, mientras que en otros la poeta opta por la forma de la enunciación, mediante el uso de la tercera persona. Esta urdimbre, claro, no tendría nada de original ni novedoso, puesto que es usual en mucho libros poesía encontrarnos con ambas formas y hasta con algunas más. Sin embargo, en el libro que estudiamos aquí, la organización interna de los poemas en primera y en tercera persona ha sido hábilmente tramada de acuerdo a un muy estudiado plan o, al menos, eso es lo que parece.

Veamos el siguiente gráfico:

Poemas en tercera persona: 1 - 2 - - 4 - 5 - - 7 - 8 - - 13 - 14 -
Poemas en primera persona: - 3 - - 6 - - 9 - 10 - 11 - 12 -

El gráfico nos aclara la urdimbre paralelística de la primera sección, el diálogo que se da entre los poemas en tercera persona y los en primera persona. En los primeros ocho poemas (que para efecto de explicación del sistema consideraremos la primera parte de la sección) hay seis poemas en tercera persona y sólo dos en primera persona, diestramente intercalados (dos-uno-dos-uno-dos). En la segunda parte de la sección, poemas 9 al 14, se da el movimiento opuesto, hay sólo dos poemas en tercera persona y cuatro poemas en primera. Además debemos notar que la sección se inicia y se cierra en la voz de la tercera persona. Veamos ahora cuál es la función que cumple esta especial disposición de los poemas en el libro.
En la primera parte de la sección, los poemas en tercera persona tienen como objetivo especial retratar, desde la distancia y con la objetividad que permite el uso de la forma enunciativa, la figura femenina que será protagonista, tema y voz de todo el poemario. La forma enunciativa es el vehículo apropiado para pintar la miserable condición de la mujer y describir su entorno y las causas de su tragedia, es decir, una presentación escalonada de la misma ("La santa orillada y lacrimosa/ en un rincón de la mediagua" (1)[6], "La santa ardió por los costados" (2), La santa contrae las carnes (4), La santa arrojaba papeles por la ventana/ Inmundicias" (5), Acomete/ Húmeda en ojos y manos" (7)", Esto es un castigo de Dios --le susurra a los niños" (8). De esta forma, el lector se entera de la horrible situación sobre la que la poeta (y el lector con ella) ha volcado su atención y su rabia. Al mismo tiempo la idea de esta inédita forma de santidad o santificación (más bien sufrida, que ganada, en el diario martirio) va cimentándose poema a poema a través de la reiteración de la voz "santa" como el sujeto del enunciado. Igualmente, la tercera persona va develando verso a verso las causales de santidad de este ser sufriente y marginal pero en ningún caso santo de acuerdo a los valores tradicionales.
Así va despejándose la idea de que es precisamente su condición marginal y sufriente (el aislamiento, la falta de apoyo y la incomprensión de la sociedad, serían los verdaderos culpables de su desgracia) la que empieza a cubrir con un especial velo de santidad a esta mujer "orillada y lacrimosa" que vive y sufre "en un rincón de la mediagua./ Enloquecida por el olor penetrante/ de la miseria" (7); a esta santa ardida ya no por el amor a Dios ni "por el fuego del infierno" sino por "el cigarro de un cliente/ en la mesa de noche." (9). "Ella misma…/ desorbitada/ insuperable en la desgracia." (13)
Los dos escasos poemas que, en la primera sub-sección, fluyen directamente de la primera persona dan luz a otros elementos que acentúan los amargos trazos de la tragedia: su condición de madre o, para mayor precisión, la espantosa miseria en que vivían sus hijos, como también la conciencia de ese hecho ominoso y gratuito que la transporta a un estado de locura ("Hace tiempo mis hijos/ sufrían de hambre./ Secos mis ojos/ mechones arranqué de sus cabezas" [3]).
Más grave y punzante se le vuelve el dolor al no poder apartar el pensamiento de sentirse criatura pecadora, aunque le sea bien claro que el pecado le llega desde afuera, de "las indecentes salpicaduras de sus faltas" que no son otras que las de la sociedad que no le ha dado cobija ni amparo.

Imperdonable lo sucia
que me han dejado
mascullaba
Indecentes las salpicaduras de sus faltas
Cómo me presentaré ahora.
Mi pureza en tela de juicio. (6)

El verso final del poema en boca de la mujer la vuelve un personaje tan desdichado como aquellos de la tragedia antigua, porque ese dios indiferente que es la sociedad no ha vuelto sus ojos hacia ella. El sentido del verso "Mi pureza en tela de juicio" se desborda por todos lados, ahogando por igual el dolor físico y la angustia de vivir, la vergüenza a mostrarse ante esa sociedad que la niega y la vergüenza del alma manchada que no pasará inadvertida a los ojos de Dios. Como vemos, el elemento místico no es ajeno a este libro de tema tan tremenda y brutalmente terreno.
En la segunda subsección, es la primera persona la que sostiene primordialmente la palabra. No se necesita más presentación, la poeta ya ha puesto todas las cartas sobre la mesa, de modo que será la mujer/hablante/personaje quien por sí misma, desde lo más íntimo y profundo de su dolor que es también ira y odio, irá entregando su confesión que es terrible denuncia, puesto que, aunque de gravedad extrema, su caso no es ni único ni aislado. "Soy una más de las que arrean/ entorpecida por la ceguera de odiar" (9), es lo que dice. "Una más" de la manada de bestias (o sea, de seres bestializados por otros), según subraya el uso del verbo arrear, su sufrimiento sólose compara al de las bestias llevadas al sacrificio.
La confesión que es penitencia a la vez que herramienta de purificación, la azota y nos hiere con la vehemencia del cilicio: "Vi a los niños acostados en sus camas/ …/ pero no eran ellos" (10), "La culpa. La culpa./ Nos enseñan a hervir en su caldo" (11), "Que la ira se derrame/ …/ Para que no sedimente en mí/ La Podredumbre." El texto poético en su conjunto golpea sin pausa al lector encaminándolo a los poemas en tercera persona que cierran la subsección, el primero de los cuales arroja al rostro (y a la conciencia sensibilizada) del lector toda la violencia de la humanidad que aquí se pinta, como en un grotesco fragmento de relato o pintura naturalista, no obstante La Santa es un texto eminentemente poético y es precisamente, con la fuerza de su lirismo y de su denuncia con la que nos azota.

Reunió a sus hijos
con enorme dulzura.
Entre todos amarraron la cuerda
alrededor de la viga
y acomodaron el cuello paterno. (13)

La poeta de forma concentrada nos presenta un mundo horriblemente cruel y violento que --como deja claro-- no es sólo este trocito de texto.
A la espera quedan las tres secciones siguientes que seguramente habrán de ser objeto de un estudio mayor.

A manera de conclusión, por ahora

En el estudio parcial de los dos poemarios más recientes de Sonia Caicheo y Rosabetty Muñoz nos encontramos, ya sin sorpresa, ante dos voces maduras que por distintas vías y mediante lenguajes distintos han avanzado con andar seguro hacia el acendramiento de una poesía de voz propia, inconfundible, en la poesía chilena de estos días. El presente ensayo, sin profundizar en todos los aspectos de ambos libros, ni siquiera en la explicación de la totalidad de los poemas, creo que demuestra con claridad que Salve Dolorosa y La Santa no son libros armados ni organizados al azar, por la conexión temática o por simple fecha de escritura. Es evidente que en ambos volúmenes nada sobra, muy por el contrario, cada poema es una pieza engastada perfectamente en el conjunto. No es éste tampoco (particularmente el caso de La Santa) el tipo de poemario que puede leerse parcialmente, tomando los poemas por separado o apartándolos del contexto general. Cada poema es parte del todo y es precisamente como parte del conjunto donde halla su sentido completo.
Ambos libros pintan, denuncian y se conduelen por la miseria de una sociedad que cada día se vuelve más individualista e injusta, una sociedad que no quiere admitir cuál es su verdadero rostro aunque a cada día y en cada sitio "los desterrados hijos de Eva" estén condenados a verla y sufrirla. Velos, atuendos, abalorios de los que por el estropicio de los años y la indiferencia sólo queda la pura, desnuda y triste realidad. Madera podrida, interiores de alambre y jirones de vestiduras a la espera de los restauradores que, en este caso, vengan a poner un poco de verdad sobre esta gran mentira. La realidad con toda su violencia y sin concesiones de ningún tipo en la poesía de estas dos mujeres, en esta larga oración iniciada en sus primeros poemas extendiéndose libro tras libro mientras siga existiendo la palabra.
Bien dice Clemente Riedemann en la contraportada de La Santa en cuanto a la madurez, profundidad, singularidad y violencia de la poesía de Muñoz: "Aquí está la poeta Rosabetty Muñoz, una que sabe escribir desde el margen, para contar la firme sobre el descalabro que corroe por dentro la santería recuperada para el ojos del transeúnte pálido por el humo y la neblina." Me parece que mucho de lo dicho por Riedemann también vale para el último poemario de Caicheo por el que ronda el mismo mundo, los mismos dolores y los mismos fantasmas, aunque el entramado y los matices del libro encuentren por otros flancos su singularidad.

Carlos Trujillo Ampuero
Villanova University






BIBLIOGRAFÍA

Caicheo, Sonia. 1999, Salve Dolorosa. Valdivia: Ediciones La Minga.
Cárdenas, Renato. 1994. Diccionario de la Lengua y de la Cultura de Chiloé. Santiago: Olimpho.
Carrasco, Iván. 1996. "El invasor en Baile de Señoritas de Rosabetty Muñoz." En Actas IX Congreso Internacional de Estudios Literarios, Sochel. Valdivia: Universidad Austral de Chile, 52-55.
Mansilla, Sergio. 1991. El sol y los acorralados danzantes. Valdivia: Paginadura Ediciones.
Muñoz, Rosabetty. 1998. La Santa. Historia de su Elevación. Santiago: Lom Ediciones.
RAE. 1970. Diccionario de la Lengua Española. Madrid: Espasa-Calpe.
Riedemann, Clemente. 1998. Texto de la contraportada. La Santa. Historia de su Elevación. Santiago: Lom.
Trujillo, Carlos. 2000. Entrevista a Mario Contreras. (Inédita)
-----, 1992. "Diálogos con la poesía del sur: Entrevista a Sonia Caicheo. El Llanquihue, Puerto Montt.
-----, 1992. "Diálogos con la poesía del sur: Entrevista a Rosabetty Muñoz". El Llanquihue, Puerto Montt, 8 de agosto: A17 (primera parte); 15 de agosto: A20 (segunda parte); 22 de agosto: A18 (tercera parte).
-----, 1998. " Rosabetty Muñoz: La poesía, la identidad sureña y el milagro de vivir". Entrevista inédita (realizada en Havertown, Pensilvania).
-----, 2000. Entrevista a Rosabetty Muñoz (especial para el libro en preparación Ocho Poetas del Contragolpe).

[1] Verso de "Mujeres desmenuzando el sol", poema en prosa de Sergio Mansilla.
[2] Natre: m.bot. (Solanum gayanum) Solanácea cuya corteza y tronco es usado, en infusión, para bajar la fiebre. Las hojas, además, tienen virtudes purgativas, sudoríficas y eméticas [vomitivas] y aplicadas en emplastos sobre tumores acelera su desarrollo. //2. El símil "amargo/ malo como natre"pondera lo amargo y lo malo o de mala calidad, respectivamente. //3. Adj.fig. Se dice de lo que repele por algún defecto, como la fealdad, actitud o torpeza, etc. (Cárdenas, 155)
[3] Véase mi artículo "Perspectivismo, ensueño y denuncia: Entre ayes y pájaros de Mario Contreras Vega", en Textos. Creación y Crítica, Vol.5, No 1, University of South Carolina, 1997, pp. 38-43.
[4] "Las fotografías de portada son de Mariana Matthews, escaneadas y pintadas a mano entre Ricardo Mendoza y ella. Además, el color de portada que eligió Silvia Aguilera (de LOM) es el mismo que usa el Santo Nazareno de Caguach en su vestimenta, lo que para mí es altamente significativo. Se lo comenté a Silvia y ella me dijo que fue puro azar." (Entrevista. 2000)
[5] estación. (Del lat. statio, -õnis.) f. 4. Visita que se hace por devoción a las iglesias o altares, deteniéndose allí algún tiempo a orar delante del Santísimo Sacramento, principalmente en los días Jueves y Viernes Santo. 5. Cierto número de padrenuestros y avemarías que se rezan visitando al Santísimo Sacramento. (RAE. 1970)
[6] La numeración en este párrafo corresponde al orden de los poemas (igual que en el gráfico), no al número de página.

Y EL VERBO SE HIZO HOMBRE:

Borradores del Nazareno de Manuel Mauricio Zúñiga

Yo te consagro Dios, porque amas tanto;
porque jamás sonríes; porque siempre
debe dolerte mucho el corazón.
(“Dios,” César Vallejo)

Estamos ante un libro poderoso tallado dolorosamente en la palabra, a navaja de buen santero, como la imagen del Nazareno que da aliento, voz y vida a todo el volumen. La fe (o la necesidad de fe) ha sido elemento fecundador, y primordial, de muchísima poesía en nuestro largo Chile desde antes de la llegada de los españoles. Poemas que a primera vista parecieran no tener ninguna connotación religiosa la tienen en grado sumo, aunque a veces ni el propio poeta se haya percatado de tales conexiones, como atinadamente apuntan Miguel Arteche y Rodrigo Cánovas en su magnífica Antología de la Poesía Religiosa Chilena (Ediciones Universidad Católica de Chile, 1989). Evidentemente, no es éste el caso.
Borradores del Nazareno es un libro de poesía abierto a múltiples lecturas en cualquier horizonte del planeta, mas, lo hermoso de esto es que siendo un poemario empapado de universalidad es al mismo tiempo un libro tremendamente chilote por el mundo y las formas de fe cristiana/pagana que recrea, por los topónimos nombrados y por su lenguaje enraizado fuertemente en el archipiélago sureño.

Desde el primer verso, la voz poética que nos conduce por las páginas de estos Borradores, nos informa, “Hecho soy a imagen y semejanza del Nazareno,” es decir, avisa al lector que no caiga en la confusión de creerlo el verdadero Nazareno –Dios e Hijo de Dios-- quien nos habla desde el texto sino una copia de Él. Inmediatamente, y a modo de confesión, agrega, “De la madera es salido este cuerpo sin costilla/ De una mano y una cuchilla emergió mi vida.” La referencia bíblica al origen de la raza humana son nítidas; “cuerpo sin costilla,” nos remite a Adán, de cuya costilla habría creado Dios a la mujer. Es decir, este ser sería humano, propiamente humano, uno más de la raza de los expulsados del Paraíso, si no fuera que ‘su carne’ no es carne y su dios-padre no es Dios sino un ser humano con nombre y apellido: Dolorindo Calisto Oyarzo, santero de oficio y, asumimos que, chilote de nacimiento. La voz lírica, por lo tanto, no es voz sagrada por derecho propio, sino que se ha vuelto sagrada o divina “por fe y no por la carne.” Por la fe de la comunidad que lo venera. Sin embargo, este ser de palo, hecho por las manos de un santero isleño, tiene muy claro que, siendo hermano de tantos otros santos que pueblan los altares del archipiélago, no es más que copia e ícono, simple y pura representación de Aquél a quien se dirigen los devotos. “Algo falla en lo escrito,” dice nuestro Nazareno, “cuando me piden que vele por los difuntos/ que picotean los cangrejos/ en el fondo de las aguas.” Algo falla, algo falta, algo no funciona en ese ritual, porque él no es el que se elevó al Cielo, sino un pobre y sufriente ser de palo, madera tallada por manos de artesano simple y humanizada por su diario contacto con el dolor humano, que le ha hecho sabio en los avatares de la vida y la muerte, de la esperanza y el sufrimiento, de la frustración y el amor, en fin, del acontecer humano e isleño con sus lluvias, sus inviernos y sus escarchas y sus brotes.
Ese conocimiento y ese amor (debería decir esa solidaridad con los sufrientes seres de carne y hueso) será precisamente la razón que lo llevará a metamorfosearse en humano y vivir una vida semejante a las de sus devotos para conocer de primera mano los dolores, las alegrías y el dolor de esas tragedias personales.
Con plena conciencia de sí mismo (cuerpo de palo / sentimientos humanos), desde el segundo poema --este Dios no es Dios sino para quienes lo han convertido en imagen de Aquél-- inicia un viaje para conocer el especíco pedazo de mundo que lo rodea, como también para reconocerse y entender su rol en la vida de la comunidad que lo acoge y lo venera. “Perdido el olor a viruta de mi génesis/ desciendo de este cajón cubierto con mi capa./ Tomo entonces tu cuerpo y tus temores/ Tus soledades asumo/ ... / salgo de los cirios y de las velas;/ cambio esta cara de tanta tristeza/ me pongo un jokey de los Bulls/ cruzo la plaza recién llovida de Castro/ y entro al Otto Shop.” El Nazareno de palo, tallado por Dolorindo Calisto Oyarzo, se ha hecho Hombre y habita entre sus fieles. Pero él Nazareno nos recuerda que no se ha hecho Hombre por mandato de su padre (un sencillo tallador isleño) sino por mandato de su propio y humanísimo dolor nacido del descubrimiento del dolor humano que ha conocido su cuerpo de madera desde su privilegiado sitio en el altar en la iglesia castreña. Este Nazareno, al contrario de Jesús de Galilea, Hijo de Dios, no se nos presenta como un ser especial, y por eso se decide pasar por uno más: “cambio esta cara de tristeza/ me pongo un jokey de los Bulls/ ... / y entro al Otto Shop” (“Nazareno en Fuga Mayor”). Asimismo, como un chilote más, toma chicha caliente con los muchachos, y la chicha caliente le da confianza y le suelta lengua, como a cualquier mortal nacido de madre y padre. Es así como para conocer la vida de los otros, de los hombres de carne y hueso, el Nazareno se enamora de una morena densa con labios de sandía, fuma en los bancos de la plaza, y hasta piensa ponerse un aro en la oreja y aprender a silbar una canción de Phill Collins, en su proceso, ya no de identificación con la comunidad a la que se integra sino en un proceso total de humanización. El Nazareno se hace Hombre, y en misión de humanidad, habita entre los hombres y convive con los que sufren en las calles y en los hospitales, con los desamparados de todo pelaje; se entera de los sueños de los humildes y hasta acude a bares de mala reputación donde comparte con otros, “hechizados todos/ por los traseros más generosos de Castro.”
En maravillosa lección, divina y humana, nuestro Nazareno no se conforma con el conocimiento de oídas sino que asume vivir la experiencia concreta y directa de la vida, alegre y dolorosa, esperanzadora y trágica, del ser humano, sin importar que ese derrotero lo lleve de la cima a la sima.
Con mano maestra de artesano, fino tallador de la palabra poética, Zúñiga nos lleva de la mano por la humanísima búsqueda existencial de este Nazareno tan divino y tan humano, tan trágicamente vallejiano y tan chilote, que se va divinizando en cada verso a costa de ese tremendo amor por los desamparados que ha visto arrodillados en el templo “ahítos de hambre/ y [que ha visto salir de allí] tal como entran.” Ese hondo y humanísimo dolor que lo ha empujado a hacer “temblar de rabia el templo” es la razón por la que este divinizado Nazareno ha decidido vivir vida de hombre y pasar por uno más entre todos.
Son innegables la libertad y el desenfado del lenguage poético de este libro de Zúñiga, pero nadie podrá decir que se trata de un libro antirreligioso porque, muy por el contrario, se trata de un libro profundamente religioso, en el más puro sentido de la palabra; un libro que, finalmente, viene a darle, y con toda propiedad, a la poesía sobre los Nazarenos de las iglesias del archipiélago de Chiloé, esa imagen mítico-pagana-religiosa, que de tan verdadera en el espíritu más profundo de la fe chilota aún no había llegado a hacerse palabra y poesía. Borradores del Nazareno nos ofrece una poesía cargada de cristianismo y fe, cuando vemos que la voz lírica nunca niega su verdad y su origen: “Cristo me llaman en el templo/ Nazareno no más, cara de palo./ No soy Aquél que tiene/ las llaves del Cielo.” Este ser sabe quién es, explica quién es, y no quiere dejar ninguna duda de que él no es el Nazareno original sino una pobre copia de Madera, divinizada por la fe de un pueblo creyente. Igualmente, movido por su sinceridad y la pureza de los sentimiento de su corazón de palo, no niega que en la confusión y tradición de la fe campesina su pobre figura de madera tallada se vuelve el Nazareno y no simple y pequeña representación de Él. Por eso, él ve obligado a asumir su papel de figura divina, como cuando expresa: “Estoy presente/ incluso en los escritos/ … en puertas y muros de los bares de Castro.” Sin embargo. él, hombre de palo y nada más, se ha hecho dueño de un corazón y una compasión tan grandes como los de Aquél a quien representa: “Algunos dicen que hasta se cagan en mí./ Y no los abandono carajos” (“Del abandono”).
El Nazareno de estos Borradores es un ser hondamente trágico, tremendamente contemporáneo y sufriente, puesto que assume y sufre el dolor de los otros y transformado en representación viva del Nazareno de verdad, sufre también los Dolores de Aquél en su presente castreño. Saliendo de una borrachera, “adormilado/ en la escala de El Pochón./ Me he soñado otra vez/ clavado en la cruz./ Como durmientes de tren eran los clavos.” De tanto ser El Otro, pura imagen del Otro, talladura hecha a la mala, cuchillo en mano, se vuelve el Otro, es decir el Uno, y se sueña otra vez en el momento más difícil de su vida, su crucifixion y agonía en el Monte de los Olivos.
El Nazareno ya no es sólo figura de palo sino que es también el propio Jesucristo. Martirizado y clavado en la Cruz. Sin embargo, verlo a nuestro Nazareno solamente en la imagen de Jesucristo clavado en la Cruz, sería falsear su realidad, o pecar de agura myopia, puesto que es también el hombre, el ser humano arrojado a este mundo por castigo divino, no solo una alegórica representación del hombre. El Nazareno es todos los hombres, en este mundo donde encuentran hogar sus profecías. Así es como, e “Profecía IX,” afirma, “Sólo un Paraíso nos queda/ y es este mismo lleno de pájaros.” Doliente Dios-hombre que admite que éste, el de la tierra, es el único Paraíso que nos queda, “Lo otro: mito no más” (“Mito”), como un llamado a disfrutar de los que se tiene y a conservar la belleza y los bienes naturals que nos ha entregado el Creador.
Canto de amor a la humanidad, a los oficios, a los desamparados, a los hambrientos, a los creyentes y a los carentes de fe. Canto a los que a pura fe crean sus esperanzas y su cobijo: “Enaltecido el cargador de muelles/ El amanecido transformador de harinas/… / Los fiscales guardianes de la fe/…/ El pescador y sus redes/ …/ aquel que murió en el mar/ cantando cuecas/ etc., etc., etc. Canto de amor a la fe, a la necesidad de la fe, a la particular forma de fe de los chilotes, a la historia de un pueblo, a su tradición y a su futuro que no puede construirse en el olvido de lo que fue.
Canto de fe, a pesar de que, a ratos, ésta parezca deteriorarse, olvidarse o perderse por completo en la re-visión de la desgracia humana, pero cuyo aliento sobrevuela todo el texto y reaparece hecha fe, hecha leyenda y hecha mito en el último poema del volumen. Reaparece la fe con toda una arrebatadora fuerza mítica en el hermoso y conmovedor poema final titulado “Narración de despedida,” donde una nueva voz asume la enunciación lírica para decirnos “Que [el Nazareno] embarcado en un bote remó mar adentro y se perdió/ Que se le vio tomando chicha y comiendo milcaos en Achao/…/ Que de jokey y blue jeans entrando al templo nuevamente lo avistaron/ [Que] Os dejo mañana afirman que dijo una noche en el Happy Nights.” Parece no haber ningún sitio en toda la comunidad, ni en el sentimiento y las esperanzas de ella, donde su presencia no haya dejado una hondísima huella. “Sólo y fumando un cigarro lo vieron caminando por Huillinco/ Que no, que se enganchó como tripulante por Quellón/ Que se unió a la comparsa de Chonchi a la Patagonia.”
Extraño y hasta inaceptable puede parecer el recorrido del Nazareno a un lector no chilote. ¿Cómo es que el Nazareno vivo, revivido, sólo recorre sitios de ese lluvioso archipiélago lejano cuando su mundo es todo el mundo y sus fieles todos sus fieles desparramados por todo el planeta? Para ellos habría que hacer una última clarificación. El Nazareno de estos Borradores de Manuel Mauricio Zúñiga no es el Nazareno en abstracto al que el fiel de cualquier lugar del mundo dirige sus oraciones, sino un Nazareno de carne y hueso, perdón, de palo y más palo, que reside en Caguach, en Castro o en cualquier otra iglesia chilota y que por lo mismo no sería extraño que un día se le viera (o tal vez, ya se le vio) subiendo “al cielo desde la Punta de Tentén/…/ latiendo su corazón de madera,”

* * *

Hace unas dos décadas, una hermosa tarde verano en casa de don Pancho Mansilla, Francisco Coloane nos dijo a un grupo de incipientes poetas, “ustedes, los jóvenes escritores de esta tierra, deben asumir la tarea de escribir la gran novela de Chiloé.” Los que allí estábamos, oímos en silencio y agachamos nuestras cabezas hechas más para el verso que para la narración. Hasta hoy, pareciera que aún no se ha escrito la gran novela de Chiloé, y se pensará que los poetas del archipiélago siguen en deuda con Chiloé y con Coloane. Al contrario, yo quiero afirmar que no es así, porque creo que la gran ‘novela’ de Chiloé sí la están escribiendo los poetas y los cronistas y los antropólogos y los lingüistas y los historiadores; armándola a trozos, organizándola, puliéndola, parchando los destrozos --acarreados por el tiempo y el progreso-- con mano de sastre. Cómo no ver que los Caicheo, los Cárdenas, los Contreras, los García, los Mansilla y los Mancilla, los Muñoz, los Velásquez, los Véliz y todos los poetas del archipiélago han ido rearmando la novela y la historia de esta tierra junto a los Cárdenas, los Gómez, los Montiel, los Uribe, los Urbina y tantos otros. Es que Chiloé es novela de la misma manera que es mito, historia y leyenda, y todos esos fragmentos van, puntada a puntada, dato a dato, emoción a emoción, redescubriendo, recreando, reasumiendo y fortaleciendo el sentido de la historia, de la vida y de la especialísima visión de mundo del habitante de Chiloé.

POESÍA EN LOS TIEMPOS MALOS

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Talleres de Poesía en Chile entre 1974 y 1979

Se puede afirmar que si hubo en la literatura chilena una institución importante, vital, y extendida por todo el país durante la dictadura, ésa fue la de los talleres literarios. Imaginamos que para los especialistas en la poesía chilena de ese período ésta es una verdad innegable. Sin embargo, hasta hoy, poco o nada se ha escrito sobre los talleres que surgieron en Chile durante ese período, y menos aún sobre el enorme rol que jugaron en esos años de extrema dificultad para los creadores y la creación literaria[1].
La institución de este tipo de talleres no es nueva en nuestra historia literaria. Bastaría recordar la labor formadora de los organizados por Gonzalo Rojas en la Universidad de Concepción a fines de los cincuenta[2], o la de otros grupos que, sin ser talleres propiamente tales, cumplieron un rol de gran importancia para el desarrollo de la poesía en varias zonas del país. Esos grupos ofrecieron a los nuevos poetas espacios públicos nuevos, y extendieron, al mismo tiempo, el mapa de la poesía chilena más allá de los límites del reducido corral santiaguino. Pensamos en los ya míticos grupos Tebaida, de Arica; Arúspice, de Concepción, y Trilce, de Valdivia, que cumplieron una labor fundacional creando espacios y dándole un nuevo aire a la poesía nacional. Esos grupos surgieron y desarrollaron su actividad en ciudades universitarias, amparados por dichas instituciones y, a menudo, subvencionados por ellas[3].
Pero, ¿qué pasó con esos grupos y otros similares a partir del 11 de septiembre de 1973 cuando toda la institucionalidad chilena se hizo pedazos? En rigor, tras esa fecha, y por un buen tiempo, no se dieron las condiciones para la existencia de grupos, talleres, ni nada que oliera a organización artística o cultural. Se acabó el apoyo de las universidades y, junto a eso, el espacio para reunirse. En medio de esa situación signada por la inseguridad poco se sabía del paradero de los poetas, escritores y artistas en general, y hasta era mejor así, por razones de seguridad.
Ciertamente, los meses y años posteriores al golpe no fueron los más apropiados para dedicarse a escribir poemas ni organizar reuniones literarias. No caeremos en la inocente afirmación de que en ese tiempo no se escribió literatura. No nos cabe duda de que se escribió muchísimo, pero, en ese tiempo, la escritura se volvió un oficio secreto, creado a escondidas, en el cuarto, en la mesa de la cocina, entre las paredes de una celda o en un trozo de papel conseguido y oculto entre las ropas en una cárcel o un campo de detención[4]. Se escribía, pero se escribía para uno mismo. Se escribía para denunciar calladamente, paradentro. Se escribía para gritar o lamentar, y también para liberarse de los demonios internos y externos. Pero las urgencias del poeta eran otras y eran urgentes de verdad.
En medio de ese estado de cosas, que pronto ganaría el nombre de apagón cultural, un año o año y medio después del golpe de estado empezaron a aparecer tímidamente los primeros talleres literarios y agrupaciones de escritores jóvenes, fenómeno que en la década de 1980 se extendería por todo el país.

Razones de los los talleres literarios durante la dictadura

El desarrollo de los talleres literarios a mediados de los setenta se debió básicamente a la necesidad de los escritores más jóvenes de encontrarse y conocerse. Existían la necesidad y el deseo de reunirse en torno a ese interés común, pero la inseguridad y el temor a la represión no hacía seguro ni conveniente juntarse con desconocidos, pues podría ocurrir que tras la fachada de joven intelectual hubiera un informante o soplón de la dictadura. Así las cosas, por un lado, la dictadura prohibía el derecho a reunión y, por otro, lo dificultaba el temor de ser acusado a la autoridad militar por subversivo.
No debe olvidarse que la junta militar quemó y destruyó millares de libros y discos, y estableció el temor a todo lo que sonara discrepante a las ideas del gobierno. El país se vio inmerso en una persecución horrible, se elaboró una extensa lista de libros prohibidos, se sacó a numerosos autores de los programas de educación, las bibliotecas de los colegios fueron asoladas y hasta se borró de los diccionarios un buen número de términos. La palabra “político” se volvió ofensiva y peligrosa.
Bajo ese clima de inseguridad, frustración, y orfandad cultural e informativa, recién en 1974 surgió la primera agrupación literaria, a la que seguirían otras el año siguiente. Dichas agrupaciones nacieron amparadas o, al menos, ligadas nominalmente a instituciones culturales, educacionales, sindicales, de derechos humanos, o de iglesia. Del 1975, sólo sabemos de otros dos talleres. Sin embargo, en 1976 ya existía un buen número de grupos de escritores jóvenes en provincia y en la capital[5].

Los primeros talleres

No se sabe con exactitud la fecha de inicio del primer taller literario o de la primera agrupación de escritores jóvenes después del golpe militar debido a las condiciones de ese tiempo[6]. Los talleres que hayan existido --si es que los hubo en el periodo inmediato al golpe de estado-- por el solo hecho de estar relacionados con la literatura y el desarrollo del pensamiento libre, no habrían tenido ninguna posibilidad ser aceptados por el régimen militar. De modo que no era posible, apropiado, ni urgente para nadie dar cuenta de esas actividades a través de la prensa. Cualquier actividad cultural realizada al margen del oficialismo era entendida como fachada de una organización política por la dictadura. Por lo tanto, no era prudente hacerlas públicas.
El primer taller literario del que tenemos antecedentes comenzó a funcionar en 1974. Se trata del Taller Literario de la Biblioteca Municipal de Temuco, dirigido por Víctor Molina Neira. No hemos encontrado ninguna publicación de ellos de 1974 ni 1975. Hemos tomado el dato de la presentación del cuadernillo Los pasajeros de lo que nunca hemos dicho de José María Memet. Fue publicado en octubre de 1976 y es el cuarto de la serie “Cuadernos de Poesía.” Parece que el seudónimo, José María Memet, ya adoptado entonces por el poeta sureño, era muy reciente, puesto que ni el maestro ni el poeta mismo se acostumbraban a él. En la presentación de Víctor Molina Neira, leemos: “Hay una trayectoria de permanente superación en la poesía de Pedro Segundo Ortiz (José María Memet).” Y a renglón seguido, aparece el dato que nos importa: “Hemos podido seguir esta trayectoria casi paso a paso desde que el poeta se incorporó al Taller Literario de la Biblioteca Municipal, en 1974.” Por ahora, basta ese dato para considerarlo el primer taller literario surgido en Chile durante la dictadura. Igual de importante, y casi increíble a la luz de la historia, es que este taller haya encontrado amparo en una institución oficial, la Biblioteca Municipal de Temuco.
Del año 1975 sabemos de otros dos talleres que, además de dedicarse a su quehacer interno, sirvieron de motivación a muchos otros jóvenes a través de sus publicaciones y/o certámenes literarios abiertos a todo participante. Se trata del Taller Literario Aumen de Castro[7] y el Taller de Letras Ariel, de Santiago.

Breve nota sobre los tres primeros talleres

Podría pensarse que la importancia del Taller de la Biblioteca Municipal de Temuco, así como la de Aumen de Castro, y Ariel de Santiago es sólo la de dato de historia literaria, es decir, el de iniciadores de una actividad literaria y cultural que, más adelante, se desarrollaría con una enorme vitalidad en todo el país. Para evitar confusiones e indiferencias, es bueno precisar que su importancia supera largamente la frialdad del dato histórico. Para probarlo, intentaremos un breve listado de las actividades de esos tres talleres, así como de sus publicaciones y de los jóvenes que empezaron en ellos su trabajo creativo.

a. Taller Literario de la Biblioteca Municipal de Temuco

En primer lugar, el Taller Literario de la Biblioteca Municipal de Temuco ofreció a los poetas un espacio tradicional y de gran prestigio que, por un lado, les daba cierta seguridad y, por otro, aportaba el papel, la tinta y el mimeógrafo para sus publicaciones.
En segundo lugar, la imagen pública del taller - su director, Víctor Molina Neira - era una figura muy respetada en el medio intelectual y artístico temuquense, en su doble condición de poeta y profesor de filosofía de la sede local de la Universidad de Chile.[8] No nos cabe duda que participar el grupo de Molina Neira en la Biblioteca Municipal les daba a esos poetas una seguridad que no habrían tenido en otra parte.
En tercer lugar, en los primeros años del taller participaron, entre otros, los jóvenes poetas Gustavo Adolfo Becerra, Farid Hidd, José María Memet y Nelson Vásquez[9]. Los cuatro, en 1977 ya se proyectaban entre los más importantes poetas jóvenes del país[10]. En agosto de ese año la Universidad Austral de Chile (Valdivia) organizó el Primer Encuentro de Poesía Joven de la Zona Sur. Un jurado seleccionó a diez poetas residentes entre Concepción y Chiloé, entre los que quedaron Becerra, Hidd, Memet y Vásquez. Como resultado de ese encuentro se publicó un volumen titulado Poesía Joven del Sur de Chile, que ofrece una buena muestra de la creación poética de esos años y de esa generación.
En cuarto lugar, el taller mantuvo una serie de publicaciones, precarias en calidad de papel e impresión pero hermosas muestras de la vitalidad del quehacer poético de esos años en el sur de Chile. Eran ediciones pequeñas en papel roneo, mimeografiadas y grapadas, por lo que hoy es casi imposible conseguirlas o hacer un registro completo de ellas. Afortunadamente, contamos con tres de esos cuadernillos: José María Memet, Los pasajeros de lo que nunca hemos dicho, Cuadernos de Poesía de la Biblioteca Municipal de Temuco, N° 4, octubre de 1976 (en cuya dedicatoria, el autor todavía firma "Pedro"). Gustavo Adolfo Becerra, Expedición al corazón del hombre, Cuadernos de Poesía de la Biblioteca Municipal de Temuco, N° 5, junio de 1977. Y, Farid Hidd, Los rostros del silencio, Cuadernos de Poesía de la Biblioteca Municipal de Temuco, N° 8, junio de 1978.
Memet, por otro lado, fue uno de los primeros poetas jóvenes cuya obra alcanzó cierta resonancia y algún reconocimiento de la crítica nacional a fines de los setenta. Esto, dicho sea de paso, luego de trasladarse a Santiago, donde algunos poetas y académicos se interesan en su creación,[11] al mismo tiempo que lo estimulan y lo promueven. La altura alcanzada por Memet en el alicaído medio literario de ese momento, se debió principalmente a la publicación de Bajo amenaza, en agosto de 1979, precedido por un elogioso prólogo de Hugo Montes,[12] editado por la Editorial Aconcagua en su Colección Mistral. Un libro con todas las de la ley, publicado por una editorial prestigiosa y en una tirada de 1500 ejemplares. Algo bastante inusual en ese tiempo.

b. Taller Literario "Aumen" de Castro

El Taller Literario "Aumen" de Castro inició un trabajo inédito en la provincia de Chiloé. Tal vez por esa razón, se ganó casi inmediatamente el interés y la atención de los estudiantes secundarios de la zona y, en breve plazo, de toda la comunidad. Sus directores, Renato Cárdenas y Carlos Trujillo, eran profesores recién egresados y sin publicaciones, de modo que, aparte de su experiencia y su mayor contacto con los libros no había ninguna brecha entre ellos y los talleristas.
En segundo lugar, las reuniones de cada lunes y jueves, así como las presentaciones públicas y demás actividades se realizaban en el Liceo Coeducacional, de modo que --en un principio-- la comunidad veía ese trabajo como una simple actividad extraescolar. El uso de ese espacio público daba a los participantes una seguridad que no hallarían en otro lugar, al mismo tiempo que les permitía reunirse sin solicitar permiso a la autoridad. En los dos primeros años, el liceo también les facilitó papel, tinta y mimeógrafo para sus publicaciones.
En tercer lugar, sin perder su condición de formador de nuevos poetas, Aumen fue transformándose en un centro generador de actividades culturales y artísticas. Desde 1976, y por más de una década, fue el verdadero motor de la actividad artística y cultural alternativa en Castro y Chiloé. En ese periodo se realizaron recitales de poesía, de música folclórica, canto, teatro, títeres, cine, y charlas sobre arte, literatura, arquitectura, ecología y patrimonio cultural. En agosto de 1978, organizó el Primer Encuentro de Escritores en Chiloé[13] que se reunió aproximadamente a cincuenta participantes entre poetas, académicos y críticos literarios. Este evento consiguió estructurar una red comunicacional entre los poetas jóvenes del sur y sus pares de la capital.
En cuarto lugar, valga mencionar algunos poetas que se formaron en Aumen o que participaron en él durante un tiempo importante: Sonia Caicheo, Renato Cárdenas, Víctor Hugo Cárdenas, Mario Contreras, Óscar Galindo, Aristóteles España, Luis Mancilla, Sergio Mansilla, Jaime Márquez, Rosabetty Muñoz, José Teiguel, Nelson Torres, Carlos Alberto Trujillo, Jorge Velásquez y Héctor Véliz Pérez-Millán, entre muchos otros.
En quinto lugar, en sus primeros diez años, Aumen mantuvo una revista, pequeña y de escaso tiraje, en la que publicó a poetas del taller y de todo el país. Mención especial les corresponde a los diarios El Correo de Castro y La Cruz del Sur de Ancud, que desde el inicio del taller abrieron sus páginas a su poesía y sus informaciones[14].
Por último, fue importantísima la labor de Aumen como reproductor de la idea de los talleres en toda la Décima Región[15]. Como ejemplo de esto, hay que recordar que en Valdivia, tras la desaparición de Trilce, no existió otro grupo literario hasta la aparición de Índice[16], en 1980. Este grupo estuvo formado mayoritariamente por miembros del taller chilote que estudiaban en la Universidad Austral de Valdivia.[17] Igualmente, desde comienzos de los ochenta, poetas de Aumen, recién egresados de la universidad crearon talleres para los estudiantes de sus nuevos colegios.[18]

c. Taller de Letras "Ariel"

El Taller de Letras Ariel de Santiago, fue un tanto diferentes a los anteriores por el tipo de integrantes que tenía, por las inquietudes que los unían y por su forma de proyección a nivel nacional. Lo dirigía Luis Alejandro Iglesias, quien, con gran vitalidad y entusiasmo, por un buen número de años, mantuvo este grupo formado por adultos, poetas o en vías de serlo[19].
Dicha condición -grupo formado por personas adultas, con trabajo y sueldo- permitió la relativa continuidad de sus publicaciones. Publicaban las revistas Ariel y Voces, además de hojas literarias, en ediciones a mimeógrafo o fotocopiadas, que hoy son casi imposibles de leer por lo precario de las fotocopias de aquellos años.
Igual que en los otros talleres, en Ariel existía un gran espíritu solidario. Así fue como dieron espacio en sus publicaciones a poetas jóvenes de todo el país. Cuando vemos cómo se ha perdido ese espíritu solidario entre los poetas y creadores chilenos no puede negarse cuánto se echa de menos. En esos años, Ariel dedicó dos publicaciones completas a autores chilotes: un tríptico dedicado a Sergio Mansilla y la primera edición, mimeografiada, por cierto, de Canto de una oveja del rebaño, de Rosabetty Muñoz.
Sin embargo, una de las tareas de mayor proyección del grupo santiaguino fue su Certamen Nacional para Poetas Inéditos. La primera versión del certamen, que fue el primer certamen de ese tipo después del golpe de estado, se realizó a fines de 1975. Fue, precisamente, ese llamado a los nuevos creadores -dispersos y desconectados- inserto en algunos diarios de cobertura nacional el que lo convirtió en un punto de encuentro para los poetas de la generación más joven. Podría decirse que los concursos literarios, y más aún, concursos de poetas jóvenes premiando a otros poetas jóvenes, no tienen mayor importancia. Y hasta es posible que la afirmación sea correcta. Pero al considerar la situación de entonces -inactividad literaria y artística, censura, carencia de estímulos para los creadores, vacío total en el plano editorial- ese concurso fue motivación e imán para la generación de poetas que estaba emergiendo.
El certamen de Ariel no ofrecía mucho más que el honor de ganarlo. Si el ganador vivía en provincia tenía que pagarse los pasajes y gastos de estada en Santiago para darse el gusto de recibir el premio y conocer a otros poetas. Pero era un estímulo importante y así lo entendieron los poetas. En los primeros años fueron premiados Gustavo Adolfo Becerra, Mario Contreras Vega, Eduardo Llanos Melussa, José María Memet, Jorge Montealegre, Rosabetty Muñoz, Jorge Torres y Carlos Alberto Trujillo, entre otros. Todos nombres que en los años siguientes se ganaron un espacio en la poesía de su generación y más allá.
Lo anterior nos demuestra que aunque nos basáramos sólo en la importancia de su Certamen Nacional de Poetas Inéditos como descubridor y difusor de los nuevos poetas, el Taller de Letras Ariel se merece un importante lugar en la historia de la poesía chilena de esos años.

Otros talleres, publicaciones y actividades

Imaginamos que los talleres recién descritos no son todos los que existieron en esos años. Seguramente existieron otros de los que, hasta ahora, no hay noticia. Sin embargo, no es errado afirmar que si los recién presentados no son los tres primeros en surgir después del golpe de estado, deben ser parte de un número no mayor de cinco en todo el país a mediados de 1975.
Según nuestra información, 1976 fue el año de despegue de estos grupos. Ese año se habría fundado el Grupo Pala de Osorno, que muy pronto inició la publicación de la revista Más que el Silencio, que siguió apareciendo con cierta frecuencia durante algunos años[20]. Pala publicó también una serie de cuadernillos individuales de Gabriel Venegas, Raúl Césped y otros. Varios de sus miembros, entre ellos Gabriel Venegas, su director y profesor de la Universidad de Chile de Osorno, participaron en el primer Encuentro de Escritores de Chiloé, realizado en Castro en agosto de 1978.
El mismo año, Mario Contreras Vega, que ya había comenzado a gestionar con los directores de Aumen la posibilidad de extender la actividad de ese grupo a Ancud, organiza en esta ciudad el Grupo Chaicura, que funcionará en el museo, y contará con el apoyo de su director, el padre Audelio Bórquez Canobra.[21] Entre sus integrantes estaban Contreras, Roberto Barría (Esteban Barruel), Milagros Mimica, la estudiante liceana Rosa Betty Muñoz Serón, Julio César Ojeda, Amado Mansilla del Valle, Julio Norambuena, Clarisa Cárdenas y Elena Vera Guerrero. Este grupo realizó un concurso regional de cuento y poesía durante dos años consecutivos; publicó a los ganadores del primer concurso en un boletín titulado Reseñas; realizó una exposición de poesía ilustrada y publicó un número de la revista Andrómeda.[22] Muñoz y Contreras obtuvieron menciones honrosas en el Segundo Certamen de Poetas Inéditos del Taller Ariel, en 1976; el mismo año en que también fueron premiados los temuquenses Becerra y Memet. El Grupo Chaicura desapareció a fines de 1979[23].
También en 1976, se organiza en Santiago la Unión de Escritores Jóvenes (UEJ) que, al año siguiente, publica la antología Poesía para el camino. Según Bianchi, esa agrupación tal vez “haya sido la que alcanzó más realce y mayor extensión en el país ya que contaba con filiales en algunas provincias, además de juntar a colectivos como los “Talleres Gráficos y Literarios del Mar”, “La Botica”, la “Agrupación Santa Marta” (Bianchi, definir cita). Esta organización que contó entre sus integrantes a Gregory Cohen, Bárbara Délano, Antonio Gil, Erick Polhammer, Jorge Ramírez, Armando Rubio y Ricardo Wilson, fue dirigida primeramente por este último y, más tarde, por un colectivo. En 1978, la UEJ organiza el Concurso Nacional de Poesía Joven “Residencia en la tierra” en tres categorías: laboral, estudiantil y profesional, cuyos primeros premios fueron para Raúl Fernando Reyes, Esteban Navarro y José María Memet, respectivamente[24]. Pese a su gran proyección y vitalidad la UEJ, se silencia definitivamente en 1980.
En la sureña Concepción, ciudad universitaria por excelencia, y dueña de una larga tradición literaria, aparece un tríptico de poesía titulado Envés, “que después de cinco números, año 76, desaparece del mapa de la poesía penquista. Pero dos de sus integrantes, Nicolás Miquea y Carlos Cociña, siguen ligados a ella. El año 79, el primero de ellos formará, junto a Osvaldo Caro, Carlos Decap y Tomás Harris, el grupo Punto Próximo (…). Al año siguiente, 80 de la centuria, Punto Próximo deja paso para que aparezca, por primera vez, después de Arúspice, una revista de poesía penquista: Postdata (El espíritu del Valle, N° 2-3, 1987, p.111)[25].” (Triviños, 64). Sin embargo, el artículo de Triviños, aunque extenso y bien informado, no explica si “Envés” fue también un taller o sólo una publicación independiente.
En 1977 surge en Santiago la Agrupación Cultural Universitaria (ACU) que intenta conectar el trabajo de los grupos que funcionaban en las diferentes escuelas y facultades universitarias[26]. Aunque, según Bianchi, “no siempre se trabaja[ba] unido y no siempre en proximidad de los centros de estudio. En Santiago, por ejemplo, aparecen los siete ‘Talleres Andamio’, que funcionan en poblaciones.” Más tarde se desarrollará también un importante trabajo de talleres literarios para presas políticas. Los talleres se extienden por todo el país uniéndose en ellos, aunque con variantes, el trabajo creativo y la acción política.
En 1978 ya existe el Grupo Polígono, en Puerto Montt que, contaba entre sus integrantes a Marlene Böhle, Víctor Caico, Víctor Henríquez, Mónica Jensen, Jorge Loncón, Nelson Navarro Cendoya, Antonieta Rodríguez París y Yuri Subiabre. En octubre publican el número 2 de la revista Polígono, que incluye a doce poetas puertomontinos y al chilote Mario Contreras Vega. Esa edición ofrece también una sección de “Libros y revistas recibidos” cuya información resulta valiosísima para saber lo que se publicaba en esos días.[27]
El primer Boletín de la ACU, fechado en 1978, informa de un encuentro llamado “Presencia Cultural Universitaria”, realizado en diciembre de 1977. Según el boletín, ese encuentro “reunió al ballet, la música, la artesanía, la poesía, la fotografía, el teatro, la pintura y la arquitectura” (2); mostró la diversidad de disciplinas culturales que existían dentro de la agrupación germinal (Agrupación Folclórica Universitaria, AFU), y los motivó a rebautizarla como Agrupación Cultural Universitaria (ACU) en 1978. Ese mismo año, la rama de literatura de la ACU organiza el Concurso Nacional de Poesía “Palabras para el Hombre.” El boletín mencionado menciona, además, los talleres literarios “Oruga” y “Oreja” de Pedagogía en Filosofía, que también eran parte de la agrupación.
De agosto de 1978 data también el Centro de Escritores Jóvenes de Magallanes que se organizó durante el Congreso de Escritores Jóvenes realizado en Punta Arenas en esa fecha. Esta agrupación, que promovió un cambio de actitud en los escritores magallánicos y marcó nuevos rumbos para la poesía escrita en esa zona, estuvo formada por Luis Alberto Barría, Aristóteles España y Eugenio Mimica Barassi, entre otros, y mantuvo por varios años la Revista Momentos.
En 1979, en San Fernando, bajo el alero de la Casa de la Cultura, surge el Taller Literario “Fragua” dirigido por Bernardo Rebolledo Silva. Este grupo fue, además, un dinamizador de la actividad cultural y artística sanfernandina según se señala en Fragua, N° 8, año 1982, que hace un recuento de actividades desarrolladas en su tres primeros años de existencia[28].

Cierre a medias

El Chile fracturado de entonces nos ha dejado, como una herida/herencia abierta, un enorme vacío de información y documentación de las actividades desarrolladas en esos años, que sólo será posible ir llenando/reconstruyendo a través del diálogo directo (conversaciones, cartas, correo electrónico) con los protagonistas. Una tarea imprescindible para completar la historia de los primeros pasos de una generación de poetas que se formó en una orfandad total e inédita hasta entonces en la literatura del país.
Otro capítulo, no menos extenso ni menos importante aunque, tal vez, más fácil de escribir y completar es el de los grupos y talleres literarios nacidos en los setenta en un montón de patrias lejanas que año tras año se fueron haciendo más propias y más entrañables para esos chilenos que tuvieron que escribir, dolorosamente y a la mala, en una tierra que no era la suya[29].
Entiéndase el presente ensayo como un primer aunque extenso paso en el intento de reconstrucción de esa parte de la historia literaria de Chile en la que, a pesar de la censura y la represión, o, tal vez, a causa de ellas, se activó enormemente el movimiento cultural y la producción literaria de los jóvenes.

Havertown, octubre de 2003

Carlos Alberto Trujillo
Villanova University

BIBLIOGRAFÍA PRIMARIA

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Anónimo, "Tiempo de talleres." Simpson Siete, Revista de la Sociedad de Escritores de Chile. 1 (Primer semestre 1992): 157-72.
Bianchi, Soledad. Entre la lluvia y el arcoiris. (Antología de jóvenes poetas chilenos). Barcelona: Ediciones del Instituto para el Nuevo Chile, 1983.
---. La Memoria: Modelo para armar. Santiago: Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos, 1995.
---. "Notar y anotar márgenes." Simpson Siete, Revista de la Sociedad de Escritores de Chile. 1 (Primer semestre 1992): 88-101.
Brooks, Zelda Irene. Carlos Alberto Trujillo. Un poeta del Sur de Sudamérica. Potomac: Scrypta Humanistica, 1992.
Calderón, Teresa, Mili Fischer, Álvaro Inostroza, Natasha Valdés y otros. Uno por uno. Algunos poetas jóvenes de Santiago. Santiago: Editorial Nascimento, 1979.
Carrasco Muñoz, Iván. “Aumen en la Poesía Chilena.” Aumen: Antología Poética (1975-1988).
Compilador y editor, Carlos A. Trujillo. Valdivia: Ediciones Aumen, 2001. 233-42.
Coddou, Marcelo. Poética de la poesía activa. Madrid-Concepción: Ediciones LAR, 1984.
Díaz Eterovic, Ramón. “De revistas, encuentros y otras utopías.” Simpson Siete, Revista de la Sociedad de Escritores de Chile. 5 (Primer semestre 1994): 93-97
España, Aristóteles. Poesía Chilena. La Generación N.N. (1973-1991). Punta Arenas: Ediciones la Pata de Liebre, 1993.
Galindo, Óscar. “Escritura, Historia, Identidad: Poesía Actual del Sur de Chile." Poetas actuales
del sur de Chile
. Comp. y ed. Óscar Galindo y David Miralles. Valdivia: Paginadura Ediciones, 1993.
García, Mario. “Viaje a la memoria: Producción y contexto del Taller Literario Aumen.” Inédito.
Hoeffler, Walter. “Notas prologales." Revista de Poesía (sin nombre). Valdivia: Facultad de Letras y Educación, Escuela de Castellano y Dirección de Asuntos Estudiantiles de la Universidad Austral de Chile, 1977.
Mansilla Torres, Sergio. El Paraíso Vedado. Ensayos sobre poesía chilena del contragolpe (1975-1995). Fucecchio: European Academic Press Publishing, 2002.
Martínez Fernández, José, ed. La más nueva poesía chilena. Breve antología. Arica, 1978.
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Muñoz Valenzuela, Diego. “Apuntes para una historia: Auge y fulgor del Colectivo de Escritores
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Triviños, Gilberto. “El Regreso.” Las plumas del colibrí. Quince años de poesía en Concepción (1973-1988). Estudio y antología. Comp. y ed. Alonso, Mestre, Rodríguez y Triviños. Santiago: Improde-Cesoc, 1989: 53-107.
Trujillo, Carlos Alberto. “Aumen: Veinte años de poesía.” Aumen: Antología poética (1975-1988). Valdivia: Ediciones Aumen, 2001: 5-24.
---. “Entrevista a Mario Contreras Vega.” Realizada en Castro el 22 de julio de 1992. Publicada por El Llanquihue, en tres domingos consecutivos como parte de una serie titulada "Conversaciones con la Poesía del Sur.”
Villegas, Juan. “El nuevo discurso lírico femenino chileno.” La poesía chilena actual (1960-1984) y la crítica. Ed. Ricardo Yamal. Santiago: Ediciones LAR, 1988: 138.


BIBLIOGRAFÍA SECUNDARIA

Algunos poetas del Grupo Salar. 2. Antofagasta (1980).
Boletín ACU, 1. Agrupación Cultural Universitaria, Santiago (1977).
Fragua, N° 8. Revista del Grupo Fragua de San Fernando. Ed. Bernardo Rebolledo. (1979-1982). Más que el silencio. Revista del Grupo “Pala” de Osorno. 3 (1976) y 5 (1978).
Nueva Línea, Revista de poesía y teoría poética. Santiago. 1 (1976), 2 (1977).
Polígono. Revista del Grupo Polígono de Puerto Montt. 2. (1978).
Poesía Joven del Sur de Chile, Instituto de Literatura Universal e Iberoamericana de la Facultad de Letras y Educación, Universidad Austral de Valdivia, 1978.
Poetas chilenos de hoy. Eds. Daisy Bennet y Ariel Fernández. Santiago: Ediciones Tamarugal,
1977.
Poetas Jóvenes del Norte. Publicación del Grupo “Salar.” Ed. Arturo Volantines. Antofagasta. 1
(1980).


[1] Juan Villegas admite esto en su ensayo sobre “El nuevo discurso lírico femenino chileno,” publicado a fines de los ochenta, al afirmar: “La poesía chilena joven de los últimos años se ha producido predominantemente en relación a Talleres Literarios.” (Nota 4, p. 138) Él, claro está, piensa principalmente en talleres profesionales, pagados o subvencionados por alguna institución, como los de Miguel Arteche y Jaime Quezada, pero en el presente ensayo se confirmará esta aseveración al ver los nombres de un buen número de poetas que formaron parte y se formaron en algunos de los talleres no profesionales que fueron los primeros en organizarse tras el golpe de estado y, por lo mismo, los que sirven de base al presente ensayo.
[2] “Tiempo de talleres,” Simpson Siete, Vol. I, Revista de la Sociedad de Escritores de Chile, Primer Semestre 1992, Santiago p.157.
[3] Para una historia completa de las agrupaciones literarias de los sesenta, véase Soledad Bianchi, La Memoria: Modelo para armar.
[4] El poeta Jorge Montealegre nos ofrece el recuerdo siguiente: “Alejados del infierno que había sido el Estadio y de lo que seguramente era la cotidianeidad de quienes estaban “libres”, en Chacabuco nos dimos ciertos lujos que no dejaban de ser autoirónicos: teníamos un Consejo de Ancianos (la cúpula de los presos) que organizó un concurso de poesía y canciones. Como el de Viña, también se llamó Festival y tuvo una gaviota por símbolo. Premios, a repartir: diplomas hechos a mano, un nescafé chico y unas lonjas de turín tipo jamón. Era el Festival de la Poesía y la Canción de Chacabuco. Participaron ciencuenta poemas, de los cuales fueron seleccionados diez ganadores. El jurado: Franklin Quevedo, Mario Céspedes y Vicente Sota. El de música estaba presidido por Ángel Parra.” (Montealegre 88)
[5] No tengo certeza de cuando comenzó el Taller Literario de la Universidad Católica de Temuco, pero, tal vez ya existiera en 1976. Gustavo Adolfo Becerra, que participaba tanto en éste como en el Taller Literario de la Biblioteca Municipal de Temuco me ha entregado la siguiente información vía correo electrónico: “Había otro en la Universidad Católica, donde también daban vueltas (eran satélites) dos mayores: Marco Antonio Puga, experto en Neruda, gran conocedor la literatura anglo-sajona y latinoamericana, profesor de castellano (a partir de una tesis elaborada por él, en relación con la obra de Neruda, fue contratado por la Universidad de Washington, pero no pudo irse por problemas familiares) y Eugenia Toledo (una bellísima persona, de grandes conocimientos y de un profundo análisis -sobre todo del boom latinoamericano- que sí se fue y que entiendo, sigue en alguna Universidad gringa), también la crítica de Rulfo (“El lenguaje literario de Rulfo en su perspectiva cinematográfica,” ¡qué tremendo ensayo!). Rosa Heck y María Alicia Astudillo (una poeta que tenía una pena enorme) y yo. Cumplían funciones de asesoramiento los hermanos Carrasco (Iván y Hugo), también Yosuke Kuramochi (quien nos introdujo al hai-kú). Este Taller, el de la Universidad Católica (funcionaba en calle Vicuña Mackenna, en Temuco), era un poco más abierto y de mayor contenido, también tenían los integrantes [un] sentido social que se traducía en compromisos personales (orgánicos), y era también parte complementaria en nuestra formación el Club de Cine.” (1 de octubre de 2003)
[6] Una investigación en el terreno, que hasta ahora no se ha hecho, daría la posibilidad de seguir el rastro de los primeros talleres literarios a partir de la información directa de gente ligada al medio artístico cultural de ese tiempo.
[7] Para una historia completa de los inicios e historia del Taller Literario Aumen, véanse Carlos Alberto Trujillo: Un poeta del sur de Sudamérica, de Zelda Irene Brooks, Scrypta Humanistica, 1992, y/o “El Taller Literario Aumen: Veinte años de poesía,” introducción a Aumen. Antología Poética (1975-1988), Ediciones “Aumen”, 2001.
[8] Nota del autor: Víctor Molina Neira fue mi Profesor de Filosofía en mi primer año en la Universidad de Chile, sede Temuco, en 1969. Mis compañeros de curso, originarios de la zona, lo conocían por sus poesías publicadas en textos escolares. Esa sede universitaria es actualmente la Universidad de la Frontera.
[9] Becerra y Memet eran de Temuco; Hidd, de Santiago, y Vásquez, de Puerto Montt.
[10] “También estaba un poeta, muy llamativo (en la línea de Venancio Lisboa, por ahí) que se llama Provoste (profesor), otro que se llamaba Luis Urra Bidart (era como Pablo de Rokha y con una belleza en sus escritos que sólo podía contener su corazón. Era, en ese entonces, quién más llamaba mi atención junto a Jorge Neira) y otro que se llamaba Claudio González (eléctrico: un poco más de cobre), También un enorme poeta que se llamaba Jorge Neira (tenía una voz muy propia y un background cultural vastísimo). Circulaba también Bernardo Reyes, el sobrino-nieto de Pablo Neruda. Hubo una serie de muchachos jóvenes. Aunque no era visible (ni siquiera para muchos integrantes del taller). Habían ahí cabos de resistencia política. (Información dada por Gustavo Adolfo Becerra, 2 de octubre de 2003)
[11] Hugo Montes y Roque Esteban Scarpa, entre otros.
[12] Entre otros juicios de Montes, encontramos los siguientes "Hay que decirlo claramente: José María es el poeta del Chile más joven. Deudor de todos los anteriores, tiene una voz que no se confunde con la de ninguno." (7) "¡Espectro amplio, rico, definido, admirable en un poeta de algo más de veinte años! Memet ha recorrido en muy poco tiempo el itinerario que para otros duró una vida. ¿Qué vendrá después? ¿Qué tonos faltan al de la vociferación, la denuncia y la ternura? Si todo fututo es imprevisible, el de un poeta como José María Memet resulta hermético del todo, sellado, aun para el más imaginativo de los críticos. Fácil, en cambio, es el anuncio de que seguirá creciendo en poesía y humanidad y que le espera un destino de excepción. (El subrayado es mío)
[13] Hay que señalar que los primeros encuentros importantes de poetas jóvenes realizados en Chile tras el golpe de estado se llevaron a cabo en el sur. El Encuentro de Poetas Jóvenes del Sur de Chile (Valdivia, 1997), y el Primer Encuentro de Escritores en Chiloé (Castro, 1978). Sólo seis años más tarde, se realiza algo similar, aunque de mayor magnitud, en Santiago. El Primer Encuentro de Escritores Jóvenes, que organizó el Colectivo de Escritores Jóvenes coordinado por Carmen Berenguer, Ramón Díaz Eterovic, Jorge Montealegre, Diego Muñoz y Aristóteles España (19, 20 y 21 de mayo de 1984).
[14] En ese momento se dio la notable casualidad de que Renato Cárdenas, de Aumen, trabajaba para el primero, y Mario Contreras, de Chaicura, trabajaba para el segundo de los diarios mencionados. Gracias a la información publicada en ambos diarios se puede seguir día a día las actividades del Primer Encuentro de Escritores en Chiloé, como también entender la importancia que tuvo dicho evento en el tiempo en que ocurrió.
[15] Formada por las provincias de Valdivia, Osorno, Llanquihue, Chiloé y Palena.
[16] Eso no quiere decir que hubiera actividad literaria o cultural. Sergio Mansilla, activo participante en el ambiente cultural valdiviano de esos años me ha dado los siguientes datos: “Cuando llegué a Valdivia en marzo de 1976 existía un grupo denominado “Quasar,” formado por estudiantes de castellano y liderados, al menos para fines públicos, por Pedro Jara. La única actividad pública que tenían era la publicación de un diario mural en uno de los pasillos de la UACH, que se renovaba permanentemente. Ahí publiqué mi primer poema en Valdivia […] “Matra,” (médula del hueso” en mapudungun) que existió de 1978 a 1979, fue un feliz invento de Pedro Jara. “Matra” era un grupo de amigos cuya finalidad principal fue la organización y sostenimiento de “Los Martes de la Poesía.” No hicimos reuniones de taller en el sentido estrictamente técnico del término (como se hacía en “Aumen” y más tarde en “Indice”). Nos reuníamos de manera informal y conversábamos mucho sobre literatura y política, pero no eran sesiones programadas de taller.” (Email del 6 de octubre de 2003). Según Óscar Galindo “Matra publicó también una Antología Mínima de tiraje restringido.” El grupo estuvo formado por Clemente Riedemann, Jermaín Flores, Hans Schuster, Pedro Guillermo Jara, Maha Vial (Magali Segura), Rubén González, Jorge Torrijos, David Miralles y Jorge Ojeda, junto a Miguel Gallardo y Sergio Mansilla, provenientes del Taller Literario “Aumen” de Castro [también el artista plástico Roberto Arroyo].” (Galindo, 213) También en agosto de 1977 se publicó en Valdivia una revista de poesía, sin nombre, en una edición miemeografiada de sólo cincuenta ejemplares, con el auspicio de la Facultad de Letras y Educación, la Escuela de Castellano y la Dirección de Asuntos Estudiantiles de la Universidad Austral. Dicha revista trae unas “Notas prologales” de Walter Hoeffler (profesor de la UACH) y no parece representar a un grupo organizado sino simplemente a los estudiantes de castellano que escriben poesía. Afirmo esto porque cuando Hoeffler alude a Sergio Mansilla y a Miguel Gallardo, los describe como “miembros activos del Taller Literario “Aumen” de Castro,” lo que indica que los poetas publicados no forman parte de ningún taller en la universidad. Según Mansila, dicha revista se publicó también gracias al empeño de Pedro Jara.
[17] Sus integrantes fueron Miguel Gallardo, Oscar Galindo, Rosabetty Muñoz, José Teiguel, Nelson Antonio Torres, Luis Ernesto Cárcamo, César Díaz, David Miralles y Jamadier Provoste. Los cinco primeros pertenecían a Aumen.
[18] Oscar Galindo, en Valdivia; Sergio Mansilla, en Osorno; José Teiguel, en Fresia; Jaime Márquez, en Ancud; Rosabetty Muñoz en Quemchi y Ancud; Ramón Mansilla, en Achao; Carlos Trujillo, Nelson Torres y Mario García, en Castro.
[19] Rosabetty Muñoz, quien mantiene un buen número de ejemplares de las revistas Ariel y Voces, me ha mencionado los siguientes nombres que formaron parte de "Ariel": Luis Alejandro Iglesias, Raúl Hermosilla Muñoz, Baccio Salvo, Ricardo San Martín López, Ana Iglesias, Amelia Salinas Arévalo, Huencho Alarcón, José Francisco Carrión Canales y Pedro Mardones Lemebel.
[20] El N°3, fue publicado en abril de 1978.
[21] Cito parte de una entrevista hecha a Mario Contreras en 1992. “Trujillo: … me interesa que me hables del trabajo que por esos años empezaste a desarrollar en Ancud con el Grupo Chaicura. Contreras: Bueno, pero si no lo olvidas, eso fue también una insinuación tuya porque lo conversamos acá (en Castro) ese verano de 1976. Yo había salido recién de la cárcel en diciembre del 75. […] En febrero del 76 o tal vez en el mismo diciembre del 75 iniciamos estas conversaciones fundamentalmente para levantar de alguna manera el desarrollo de la poesía en Chiloé y para ve la posibilidad de repetir una experiencia muy interesante que estaba surgiendo en Castro y que era el Taller Literario Aumen. […]”
[22] Posteriormente Contreras publicará un número de la revista Archipiélago (1982) y nueve trípticos de poesía y cuento como suplementos de la revista, pero se trató de un esfuerzo personal. No fueron publicaciones de un grupo.
[23] “Chaicura nació en julio del 76 y duró hasta finales del 79, oportunidad en que me retiré del diario La Cruz del Sur, donde trabajaba, y me dediqué por mi cuenta a manejar un camión y a salir de la provincia todas las semanas y ya no hubo forma de poder continuar con el trabajo del taller literario.
[24] La antología con los poemas premiados se publicó en 1980, dos años después de fallado el concurso.
[25] El ensayo de Triviños informa también de la publicación en la capital penquista de varios números de la revista Vértice entre 1976 y 1877. Dichos números incluyen poemas de Patricio Oyaneder, Marco Antonio Allendes, Jorge Salgado, Edgardo Jiménez y Jorge Mendoza, pero el ensayo no menciona que esos poetas formaran un grupo organizado. (Triviños, 65)
[26] Ramón Díaz Eterovic afirma que la ACU en su rama literaria llegó a reunir más de cuarenta talleres. (Díaz Eterovic, 94)
[27] Menciona los siguientes libros de poesía recibidos y su lugar de publicación: Cantos, de José Miguel Vicuña (Santiago); Poemas Sinfónicos, de Federico Tatter (Osorno); Alguien hablará por mi silencio, de Juan Antonio Massone (Santiago); Las musas desvaídas, de Carlos Alberto Trujillo (Quillota); Raíces, de Mario Contreras Vega (Ancud), Vienes o vas, de Raúl Césped (Osorno); Palabras en desuso, de Jorge Torres (Valdivia); Sol invisible, de Francisco Medina Cárdenas (Santiago); Una casa en la lluvia, de Astrid Fugellie (Santiago); la antología Poesía Décima Región, compilada por Gabriel Venegas (Osorno); Cartas desde España y Cartas desde Puerto Montt, de Antonieta Rodríguez París (Puerto Montt).
Entre las revistas recibidas nombra, Nueva Línea, Santiago, director Francisco Medina Cárdenas, N° 1, 2, 3, 4 y Suplemento Aniversario; Aumen, Castro, directores Carlos Alberto Trujillo y Renato Cárdenas; Más que el silencio, Osorno, director Gabriel Venegas; Erratas, Valdivia, director Jermaín Flores; Casuars (sic), Valdivia; Suplemento Cultural, Río Bueno, directora Graciela Morales Bousa, y Boletín Literario Caicura, director Mario Contreras.
[28] Se señalan presentaciones del actor y declamador Roberto Parada, de los cantautores y payadores Pedro Yáñez y Eduardo Peralta, de los poetas Jonás y José María Memet, de los Talleres Andamio, la cantante Capri, el Conjunto Folclórico “Yaguarcoya”, la Compañía de Teatro “Tierra” de Rancagua, etc.
[29] Este ensayo no ha considerado los talleres literarios profesionales, es decir, en los que se pagaba por participar, en primero lugar, por constituir entidades puramente literarias sin ninguna conexión, como grupos, con el quehacer político y, en segundo lugar, porque surgieron con bastante posterioridad a los talleres nacidos al margen de la institucionalidad oficial y que jugaron un importante e imprescindible papel en la actividad política de sus comunidades.