martes, 6 de marzo de 2007

Y EL VERBO SE HIZO HOMBRE:

Borradores del Nazareno de Manuel Mauricio Zúñiga

Yo te consagro Dios, porque amas tanto;
porque jamás sonríes; porque siempre
debe dolerte mucho el corazón.
(“Dios,” César Vallejo)

Estamos ante un libro poderoso tallado dolorosamente en la palabra, a navaja de buen santero, como la imagen del Nazareno que da aliento, voz y vida a todo el volumen. La fe (o la necesidad de fe) ha sido elemento fecundador, y primordial, de muchísima poesía en nuestro largo Chile desde antes de la llegada de los españoles. Poemas que a primera vista parecieran no tener ninguna connotación religiosa la tienen en grado sumo, aunque a veces ni el propio poeta se haya percatado de tales conexiones, como atinadamente apuntan Miguel Arteche y Rodrigo Cánovas en su magnífica Antología de la Poesía Religiosa Chilena (Ediciones Universidad Católica de Chile, 1989). Evidentemente, no es éste el caso.
Borradores del Nazareno es un libro de poesía abierto a múltiples lecturas en cualquier horizonte del planeta, mas, lo hermoso de esto es que siendo un poemario empapado de universalidad es al mismo tiempo un libro tremendamente chilote por el mundo y las formas de fe cristiana/pagana que recrea, por los topónimos nombrados y por su lenguaje enraizado fuertemente en el archipiélago sureño.

Desde el primer verso, la voz poética que nos conduce por las páginas de estos Borradores, nos informa, “Hecho soy a imagen y semejanza del Nazareno,” es decir, avisa al lector que no caiga en la confusión de creerlo el verdadero Nazareno –Dios e Hijo de Dios-- quien nos habla desde el texto sino una copia de Él. Inmediatamente, y a modo de confesión, agrega, “De la madera es salido este cuerpo sin costilla/ De una mano y una cuchilla emergió mi vida.” La referencia bíblica al origen de la raza humana son nítidas; “cuerpo sin costilla,” nos remite a Adán, de cuya costilla habría creado Dios a la mujer. Es decir, este ser sería humano, propiamente humano, uno más de la raza de los expulsados del Paraíso, si no fuera que ‘su carne’ no es carne y su dios-padre no es Dios sino un ser humano con nombre y apellido: Dolorindo Calisto Oyarzo, santero de oficio y, asumimos que, chilote de nacimiento. La voz lírica, por lo tanto, no es voz sagrada por derecho propio, sino que se ha vuelto sagrada o divina “por fe y no por la carne.” Por la fe de la comunidad que lo venera. Sin embargo, este ser de palo, hecho por las manos de un santero isleño, tiene muy claro que, siendo hermano de tantos otros santos que pueblan los altares del archipiélago, no es más que copia e ícono, simple y pura representación de Aquél a quien se dirigen los devotos. “Algo falla en lo escrito,” dice nuestro Nazareno, “cuando me piden que vele por los difuntos/ que picotean los cangrejos/ en el fondo de las aguas.” Algo falla, algo falta, algo no funciona en ese ritual, porque él no es el que se elevó al Cielo, sino un pobre y sufriente ser de palo, madera tallada por manos de artesano simple y humanizada por su diario contacto con el dolor humano, que le ha hecho sabio en los avatares de la vida y la muerte, de la esperanza y el sufrimiento, de la frustración y el amor, en fin, del acontecer humano e isleño con sus lluvias, sus inviernos y sus escarchas y sus brotes.
Ese conocimiento y ese amor (debería decir esa solidaridad con los sufrientes seres de carne y hueso) será precisamente la razón que lo llevará a metamorfosearse en humano y vivir una vida semejante a las de sus devotos para conocer de primera mano los dolores, las alegrías y el dolor de esas tragedias personales.
Con plena conciencia de sí mismo (cuerpo de palo / sentimientos humanos), desde el segundo poema --este Dios no es Dios sino para quienes lo han convertido en imagen de Aquél-- inicia un viaje para conocer el especíco pedazo de mundo que lo rodea, como también para reconocerse y entender su rol en la vida de la comunidad que lo acoge y lo venera. “Perdido el olor a viruta de mi génesis/ desciendo de este cajón cubierto con mi capa./ Tomo entonces tu cuerpo y tus temores/ Tus soledades asumo/ ... / salgo de los cirios y de las velas;/ cambio esta cara de tanta tristeza/ me pongo un jokey de los Bulls/ cruzo la plaza recién llovida de Castro/ y entro al Otto Shop.” El Nazareno de palo, tallado por Dolorindo Calisto Oyarzo, se ha hecho Hombre y habita entre sus fieles. Pero él Nazareno nos recuerda que no se ha hecho Hombre por mandato de su padre (un sencillo tallador isleño) sino por mandato de su propio y humanísimo dolor nacido del descubrimiento del dolor humano que ha conocido su cuerpo de madera desde su privilegiado sitio en el altar en la iglesia castreña. Este Nazareno, al contrario de Jesús de Galilea, Hijo de Dios, no se nos presenta como un ser especial, y por eso se decide pasar por uno más: “cambio esta cara de tristeza/ me pongo un jokey de los Bulls/ ... / y entro al Otto Shop” (“Nazareno en Fuga Mayor”). Asimismo, como un chilote más, toma chicha caliente con los muchachos, y la chicha caliente le da confianza y le suelta lengua, como a cualquier mortal nacido de madre y padre. Es así como para conocer la vida de los otros, de los hombres de carne y hueso, el Nazareno se enamora de una morena densa con labios de sandía, fuma en los bancos de la plaza, y hasta piensa ponerse un aro en la oreja y aprender a silbar una canción de Phill Collins, en su proceso, ya no de identificación con la comunidad a la que se integra sino en un proceso total de humanización. El Nazareno se hace Hombre, y en misión de humanidad, habita entre los hombres y convive con los que sufren en las calles y en los hospitales, con los desamparados de todo pelaje; se entera de los sueños de los humildes y hasta acude a bares de mala reputación donde comparte con otros, “hechizados todos/ por los traseros más generosos de Castro.”
En maravillosa lección, divina y humana, nuestro Nazareno no se conforma con el conocimiento de oídas sino que asume vivir la experiencia concreta y directa de la vida, alegre y dolorosa, esperanzadora y trágica, del ser humano, sin importar que ese derrotero lo lleve de la cima a la sima.
Con mano maestra de artesano, fino tallador de la palabra poética, Zúñiga nos lleva de la mano por la humanísima búsqueda existencial de este Nazareno tan divino y tan humano, tan trágicamente vallejiano y tan chilote, que se va divinizando en cada verso a costa de ese tremendo amor por los desamparados que ha visto arrodillados en el templo “ahítos de hambre/ y [que ha visto salir de allí] tal como entran.” Ese hondo y humanísimo dolor que lo ha empujado a hacer “temblar de rabia el templo” es la razón por la que este divinizado Nazareno ha decidido vivir vida de hombre y pasar por uno más entre todos.
Son innegables la libertad y el desenfado del lenguage poético de este libro de Zúñiga, pero nadie podrá decir que se trata de un libro antirreligioso porque, muy por el contrario, se trata de un libro profundamente religioso, en el más puro sentido de la palabra; un libro que, finalmente, viene a darle, y con toda propiedad, a la poesía sobre los Nazarenos de las iglesias del archipiélago de Chiloé, esa imagen mítico-pagana-religiosa, que de tan verdadera en el espíritu más profundo de la fe chilota aún no había llegado a hacerse palabra y poesía. Borradores del Nazareno nos ofrece una poesía cargada de cristianismo y fe, cuando vemos que la voz lírica nunca niega su verdad y su origen: “Cristo me llaman en el templo/ Nazareno no más, cara de palo./ No soy Aquél que tiene/ las llaves del Cielo.” Este ser sabe quién es, explica quién es, y no quiere dejar ninguna duda de que él no es el Nazareno original sino una pobre copia de Madera, divinizada por la fe de un pueblo creyente. Igualmente, movido por su sinceridad y la pureza de los sentimiento de su corazón de palo, no niega que en la confusión y tradición de la fe campesina su pobre figura de madera tallada se vuelve el Nazareno y no simple y pequeña representación de Él. Por eso, él ve obligado a asumir su papel de figura divina, como cuando expresa: “Estoy presente/ incluso en los escritos/ … en puertas y muros de los bares de Castro.” Sin embargo. él, hombre de palo y nada más, se ha hecho dueño de un corazón y una compasión tan grandes como los de Aquél a quien representa: “Algunos dicen que hasta se cagan en mí./ Y no los abandono carajos” (“Del abandono”).
El Nazareno de estos Borradores es un ser hondamente trágico, tremendamente contemporáneo y sufriente, puesto que assume y sufre el dolor de los otros y transformado en representación viva del Nazareno de verdad, sufre también los Dolores de Aquél en su presente castreño. Saliendo de una borrachera, “adormilado/ en la escala de El Pochón./ Me he soñado otra vez/ clavado en la cruz./ Como durmientes de tren eran los clavos.” De tanto ser El Otro, pura imagen del Otro, talladura hecha a la mala, cuchillo en mano, se vuelve el Otro, es decir el Uno, y se sueña otra vez en el momento más difícil de su vida, su crucifixion y agonía en el Monte de los Olivos.
El Nazareno ya no es sólo figura de palo sino que es también el propio Jesucristo. Martirizado y clavado en la Cruz. Sin embargo, verlo a nuestro Nazareno solamente en la imagen de Jesucristo clavado en la Cruz, sería falsear su realidad, o pecar de agura myopia, puesto que es también el hombre, el ser humano arrojado a este mundo por castigo divino, no solo una alegórica representación del hombre. El Nazareno es todos los hombres, en este mundo donde encuentran hogar sus profecías. Así es como, e “Profecía IX,” afirma, “Sólo un Paraíso nos queda/ y es este mismo lleno de pájaros.” Doliente Dios-hombre que admite que éste, el de la tierra, es el único Paraíso que nos queda, “Lo otro: mito no más” (“Mito”), como un llamado a disfrutar de los que se tiene y a conservar la belleza y los bienes naturals que nos ha entregado el Creador.
Canto de amor a la humanidad, a los oficios, a los desamparados, a los hambrientos, a los creyentes y a los carentes de fe. Canto a los que a pura fe crean sus esperanzas y su cobijo: “Enaltecido el cargador de muelles/ El amanecido transformador de harinas/… / Los fiscales guardianes de la fe/…/ El pescador y sus redes/ …/ aquel que murió en el mar/ cantando cuecas/ etc., etc., etc. Canto de amor a la fe, a la necesidad de la fe, a la particular forma de fe de los chilotes, a la historia de un pueblo, a su tradición y a su futuro que no puede construirse en el olvido de lo que fue.
Canto de fe, a pesar de que, a ratos, ésta parezca deteriorarse, olvidarse o perderse por completo en la re-visión de la desgracia humana, pero cuyo aliento sobrevuela todo el texto y reaparece hecha fe, hecha leyenda y hecha mito en el último poema del volumen. Reaparece la fe con toda una arrebatadora fuerza mítica en el hermoso y conmovedor poema final titulado “Narración de despedida,” donde una nueva voz asume la enunciación lírica para decirnos “Que [el Nazareno] embarcado en un bote remó mar adentro y se perdió/ Que se le vio tomando chicha y comiendo milcaos en Achao/…/ Que de jokey y blue jeans entrando al templo nuevamente lo avistaron/ [Que] Os dejo mañana afirman que dijo una noche en el Happy Nights.” Parece no haber ningún sitio en toda la comunidad, ni en el sentimiento y las esperanzas de ella, donde su presencia no haya dejado una hondísima huella. “Sólo y fumando un cigarro lo vieron caminando por Huillinco/ Que no, que se enganchó como tripulante por Quellón/ Que se unió a la comparsa de Chonchi a la Patagonia.”
Extraño y hasta inaceptable puede parecer el recorrido del Nazareno a un lector no chilote. ¿Cómo es que el Nazareno vivo, revivido, sólo recorre sitios de ese lluvioso archipiélago lejano cuando su mundo es todo el mundo y sus fieles todos sus fieles desparramados por todo el planeta? Para ellos habría que hacer una última clarificación. El Nazareno de estos Borradores de Manuel Mauricio Zúñiga no es el Nazareno en abstracto al que el fiel de cualquier lugar del mundo dirige sus oraciones, sino un Nazareno de carne y hueso, perdón, de palo y más palo, que reside en Caguach, en Castro o en cualquier otra iglesia chilota y que por lo mismo no sería extraño que un día se le viera (o tal vez, ya se le vio) subiendo “al cielo desde la Punta de Tentén/…/ latiendo su corazón de madera,”

* * *

Hace unas dos décadas, una hermosa tarde verano en casa de don Pancho Mansilla, Francisco Coloane nos dijo a un grupo de incipientes poetas, “ustedes, los jóvenes escritores de esta tierra, deben asumir la tarea de escribir la gran novela de Chiloé.” Los que allí estábamos, oímos en silencio y agachamos nuestras cabezas hechas más para el verso que para la narración. Hasta hoy, pareciera que aún no se ha escrito la gran novela de Chiloé, y se pensará que los poetas del archipiélago siguen en deuda con Chiloé y con Coloane. Al contrario, yo quiero afirmar que no es así, porque creo que la gran ‘novela’ de Chiloé sí la están escribiendo los poetas y los cronistas y los antropólogos y los lingüistas y los historiadores; armándola a trozos, organizándola, puliéndola, parchando los destrozos --acarreados por el tiempo y el progreso-- con mano de sastre. Cómo no ver que los Caicheo, los Cárdenas, los Contreras, los García, los Mansilla y los Mancilla, los Muñoz, los Velásquez, los Véliz y todos los poetas del archipiélago han ido rearmando la novela y la historia de esta tierra junto a los Cárdenas, los Gómez, los Montiel, los Uribe, los Urbina y tantos otros. Es que Chiloé es novela de la misma manera que es mito, historia y leyenda, y todos esos fragmentos van, puntada a puntada, dato a dato, emoción a emoción, redescubriendo, recreando, reasumiendo y fortaleciendo el sentido de la historia, de la vida y de la especialísima visión de mundo del habitante de Chiloé.

4 comentarios:

Medardo dijo...

lamento no haber abierto antes esta página, es muy interesante leer la manera en que la poesía chilota ha sobrevivido y se ha fortalecido a pesar de tantas "champas" que le han tirado para que " bno saque la cabeza " y " grite". Felicitaciones a Carlos Alberto Trujillo y cada una de las fructíferas semillas que se sembró en Castro( Aumen). Dr.Urbina

Medardo dijo...

Quiero solicitar autorización al autor para establecer link con la pagina de mi editorial:
www.edtorialislagrande.cl
pues el tema de interés es el mismo: compartimos plenamente el área de interés. Gracias. Medardo.

JOSE MANSILLA CONTRERAS dijo...

ESTIMADO POETA, PUEDE QUE USTED NO LO RECUERDE, PERO NOS CONOCIMOS UN DIA DE LLUVIA INTENSA EN PUERTO AISEN. USTED GUIABA UN GRUPO DE JUGADORES DE BASQUETBOLL. EN TANTO YO HABIA LEIDO EN LA BIBLIOTECA DE COYHAIQUE ESCRITOS SOBRE UN BALANCIN. ME ALEGRO DE REENCONTRARLE EN LA VIRTUALIDAD.
SI DESEA CONOCER COMENTARIOS SOBRE LITERATURA EN LA PATAGÓNIA LE ADJUNTO LA DIRECCION DE BLOG QUE SIGUE WWW.JOSEMANSILLACONTRERAS.BLOGSPOT.COM

ATENTOS SALUDOS DE
JOSE MANSILLA CONTRERAS
DESDE COYHAIQUE.

Anónimo dijo...

Felicitaciones Carlos...reviví cada dia que habité ese mundo que se llamó Aumen leyendo tus notas, esos encuentros literarios y de música, de conversaciones mágicas, de ese Chiloé de antaño que sólo existe en nuestros recuerdos...gracias por mantener la memoria.
Desde la capital del Reyno.
Dr. Juan Cárcamo R